Abrí la puerta principal del Sanatorio y empecé a buscar la mesa de informes. No todos los domingos uno decide irse de picnic a un centro de adicciones y, con la cantidad de gente que había en el lugar, me encontraba algo desorientado. Pueden quedarse tranquilos, no era el alcohol lo que me tenía perdido; en el sanatorio hay una regla que prohíbe atenderse o internarse borracho. Claro que para ustedes esto puede significar una ecuación simple y lógica, pero yo les puedo asegurar que más de un alcohólico desesperado debe haber caminado por esas escaleras en pésimo estado de ebriedad.
Antes de entrar, se podía ver gran cantidad de autos con distintas patentes internacionales. Gente de Paraguay, Uruguay, Chile, que decidían viajar hasta ahí para tratarse. Como es de imaginar, aunque todos tenían algo en común, ninguno de sus autos bajaba de la 100 lucas, un claro indicador del nivel económico que convive en ese lugar... que no es mi caso.
Mientras caminaba un poco indeciso, estudiaba a un paciente “VIP” -o, al menos, eso parecía-: no sólo conocía el lugar sino que, además, llevaba consigo una persona que se dedicaba diligentemente a buscarle y llevarle los bolsos y demás boludeces que tenía dentro del auto. Alcancé a divisar una guitarra enfundada entre sus cosas. Se me ocurrió que podría ser algún rockstar... De cualquier modo, no lo hubiera reconocido, no soy un gran fan de la música actual.
El tema es que estaba en la mesa de informes preguntando por mi turno. El lugar es tan grande que una enfermera se ofreció a acompañarme. Pasillos cruzándose con pasillos, salas inmensas y gente, mucha gente por todos lados, demasiada para mi gusto, demasiado para ser domingo. Creo haberles comentado que los adventistas no trabajan los sábados a cambio de trabajar el domingo... cosas de su religión, aunque prefiero no ahondar mucho en el tema porque mis conceptos sobre dogmas y creencias no son precisamente positivos.
Alcancé a notar que a la enfermera no le simpatizaban los alcohólicos. Probablemente porque fuera víctima de un padre alcohólico y, para lidiar con el mal que sufrió, terminó trabajando en el sanatorio como una forma de pagar por algo que seguramente no fue su culpa. Miraba hacia atrás para asegurarse que seguía su paso pero ni por casualidad se le ocurrió mostrar un solo gesto de cortesía, solo lo justo y necesario para hacer de guía turística y llevarme a destino.
Me dejó en la puerta de la sala de espera, que para darle un toque extra tenía un cartel de fondo verde y letras blancas que rezaba "BIENESTAR MENTAL". Sí, así, en mayúsculas. Ese fue el momento donde por primera vez pensé ¿qué mierda estoy haciendo aca?. ¿Cuál es la necesidad de un cartel que diga "bienestar mental"? ¿Por qué no se ahorraron la categoría médica con un simple "ALCOHÓLICOS Y PELOTUDOS, ACÁ"?
Al menos sonaría un poco más realista.
Como sea, ya en la sala de espera me senté mirando hacia abajo, tratando de no ejercer ningún contacto visual. Con la puta suerte que tengo yo, seguro me encontraba con el tipo más insoportable de mi secundaria listo para dispararme con todos sus problemas como si por alguna razón a mi me importaran. Escuchaba a la gente hablando de cuanta cosa insignificante se les ocurriese. No es de extrañar para nada, la sala de espera médica suele ser un centro de auto-ayuda para la gente que tiene la obsesiva necesidad de contarle sus problemas a todo el mundo. Podrían tomarme como ejemplo: yo no le ando contando mis problemas a cualquier tipo que encuentro en la calle, prefiero abrir un blog y contárselo a todo el mundo. Estoy que reviento de lógica.
Hasta que escuché una voz que dijo -"Jorge ¿cierto?"- y no pude imaginarme otra cosa que a la mina más intratable de mi secundaria. Con muchísima fortuna podría ser alguna de mis compañeras de trabajo, acompañando a su primo lejano, y yo ahí, tratándome por alcoholismo... qué buen comienzo para el tratamiento.
Levanté la cabeza de a poco, con gesto de "y ahora qué...". Y ahí estaba, como no podía ser de otra forma en cualquier relato que se precie de ser totalmente predecible, una mujer hermosa, total e increíblemente perfecta. Y si hay algo que yo sé hacer mejor que nadie es reconocer la belleza en todas sus formas. Que no esté a mi alcance no significa que no pueda reconocerla cuando la tengo enfrente.
La miré sin emitir sonido. Insistió: - ¿Sos Jorge?
- Si -le dije- ¿te conozco? - me atajé de lo que podía seguir a esa afirmativa.
- Si, claro que nos conocemos - afirmó con cierto misterio que no me permitía terminar de dilucidar de quién se trataba. Rápidamente empecé a ejercer una búsqueda intensiva en mi cabeza, rostro tras rostro, con todas sus variantes, para conseguir dar con la persona que me estaba hablando. Siguió hablando hasta que estalló en una risa totalmente burlona - No, no te conozco, sé que te llamás Jorge porque eso dijiste cuando te presentaste a la secretaria, pero te hice dudar ¿no?.
¡STOP! ¿En qué mundo me había despertado? Estaba en un sanatorio, a punto de tratarme por alcohólico ¿y ahora una mujer lo más cercana a una diosa griega me estaba hablando? Estaba clarísimo que me hallaba dentro de uno de esos sueños que, cuando te levantás, todavia te dejan la sensación de haberlo vivido.
- A mi me pasa seguido -manifestó.
- ¿Qué cosa? -pregunté.
- No saber con quién estoy hablando, si conozco a la persona, si no la conozco...
Sí, entendía perfectamente lo que me estaba diciendo. Yo no solo he llegado a olvidar personas, también charlas, hasta días completos... como si nunca hubiesen existido.
- ¿Y tu nombre es...? -me forcé a seguir la conversación.
- Acá me llamo Ariana.
- ¿Acá?
- Si, ese es mi nombre cuando estoy acá... Ariana Pastillas -remató.
Mi cabeza estallaba. Magnífica e irónica hasta la médula. Tenía ganas de pararme y aplaudirla, pero como siempre fui reacio a las charlas triviales con la gente, incluso con la que conozco, caí irremediablemente en el silencio, mirándola, y puedo asegurar que se dio cuenta de que me era inevitable dejar de hacerlo. Sabía lo que generaba en los hombres.
La pausa se alargó, estaba pensando qué decir. No sabía como reaccionaría y tampoco quería joder el diálogo. - Jorge Alcohol -escupí por fin.
- ¿Cómo? - asomó una sonrisa seductora.
- Alcohol es mi apellido. Jorge Alcohol.
- ¿Y tenés segundo apellido? -me siguió el juego.
- No, sólo Alcohol -espeté-. ¿Vos?
- Ah, si ¡qué mal educada! Mi segundo apellido también es Alcohol. Seguramente somos parientes
- Así parece -respondí. Ya no sabía cómo seguir la conversación por ese lado. Sin embargo, hice un último intento: - Es un lindo lugar para venir de vacaciones ¿no te parece?
- Ah si, a mi me encanta, vengo cada vez que puedo...
Podía verla: loca, desinhibida, despreocupada, enérgica, alcohólica, drogadicta, bella... ¡Por favor! ¡Qué combinación explosiva! No es que me vuelva loco por las mujeres en tratamiento, pero con esos rasgos que exponía a la luz y que aclaraban su pelo rubio como si fueran lenguas de fuego sacadas del mismo infierno, les aseguro que no les importaría que tuviese todas las adicciones que quisiera... nos les importaría como a mi no me importó en absoluto.
La magia le duró hasta que apareció el médico. Un simple “Laura, te toca...”, bastó para romper todo el hechizo. Me miró con un gesto extraño que hasta hoy estoy tratando de descifrar. No pude distinguir si fué un "gusto en conocerte", o un "sé que te vas a quedar pensando en mi, tanto que vas a dedicarme todo un capítulo de tu blog, porque sos un boludo"...
Si, probablemente fuese esto último.
Ariana Laura Pastillas Alcohol, lindo nombre.

Bello capitulo. Bella Ariana. Bellos Vicios.
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