Así fue que el tratamiento siguió
su rumbo y yo seguí atentando broncas contra el mundo, maldiciendo a todos los
dioses en orden ascendente y descendente del alfabeto Griego, fulminando genios
con la mirada por cada estupidez que tenía que escuchar como si fueran sabios
consejeros de una experiencia que jamás habían vivido y de lo que claramente no
tenían ni una idea aproximada.
Pero lo más importante es que,
después de seis interminables días, por el momento seguía invicto.
Viernes
21, 11:26 p.m.- No crean que fue fácil; sobre todo en esta
época de fiestas navideñas donde por todos lados aparecen copas llenas de todo
tipo de bebidas. Y aunque ustedes lo vean como algo normal y sin importancia,
esos vasos llenos hasta el borde, para el ojo entrenado de un alcohólico en
recuperación, son como miles de ratones en el medio del desierto vigilados
desde la altura por un águila en pleno vuelo de caza.
En estos días encontré nuevas
sensaciones… dos de ellas fueron las que principalmente llamaron mi atención:
la primera se reflejó en el tiempo. Es increíble la cantidad de horas que tiene
una tarde cuando uno no está borracho o tomando; me sobran horas y, aunque
estoy buscando fuertemente en qué ocuparlas, por recomendación de mi salvador,
estoy tratando de romper la rutina, los hábitos que siempre iban acompañados de
un vaso de cerveza, lo que implica prácticamente cambiar el esquema de mi
ritual diario, el eje donde se movían todas las cosas.
Quiero ayudarlos a que dimensionen
la importancia de este tiempo "sobrante" porque es algo realmente pasmoso:
los alcohólicos vivimos en un mundo paralelo que suele alinearse por algunas
horas con la realidad, se juntan en un punto… pero es muy efímero; parecen
segundos donde apenas se alcanza a ver lo que pasa alrededor.
Durante años viví esta realidad que
se fue agravando lentamente. Al principio, sólo me encerraba en mi mundo la
última hora del día, como un descanso de la rutina diaria; pero con el correr
de los años, fueron sumándose las últimas 3 horas del día… las 5 horas finales…
y, en un punto, dejaron de ser las últimas horas de la noche para convertirse
en las primeras horas de la tarde. Es ahí donde sin mucho esfuerzo se empieza a
levantar "el muro" que separa el alcohol de la realidad. Cuando esta
muralla gigante empieza a derrumbarse y comienza a entreverse el primer haz de
luz, la situación cambia y aparecen las preguntas ¿Qué hace la gente normal
con todo el tiempo que le sobra? ¿En que ocupan todas estas horas del día en
las que yo vivía alcoholizado?
Llegar al final del día sin alcohol
es una tarea difícil, es mirar el reloj constantemente esperando que sea el
momento para acostarse a dormir y empezar un nuevo día con el mismo desafío. El
alcohol tiene muchas particularidades y una de las más predominantes es lograr
que uno pierda la completa noción del tiempo… Sentarse a tomar a las 5 de la
tarde y, cuando te das cuenta, son las 2 de la mañana. Todas estas horas al
otro día van a desaparecer de la mente, dejando sólo algunos indicios de lo que
pasó, como huellas en la arena que se van borrando, sin dejarte saber cuál es
el camino de retorno.
Empezar a llenar este tiempo,
buscar en qué ocuparlo, es parte de esa reinserción al mundo real, el lugar
donde tus amigos, familia, conocidos, compañeros de trabajo viven a diario. Esto,
suponiendo que todavía sigan ahí. Es como despertarse una mañana y empezar a
ver todo lo que pasaba alrededor. Como si cayeras en una pileta de agua helada
en pleno invierno.
Fue este miércoles que estaba
mirando un álbum con fotos del último año. Yo estaba en esas fotos, en muchas
de ellas, pero ¿era yo realmente? ¿Por qué mi mente no registraba esos
momentos? ¿Acaso un grupo aburrido de aliens malintencionados decidieron elegir
un humano al azar y borrarle completamente la memoria?
Me detuve un minuto, corrí despacio
el plástico que envolvía una foto y la miré durante unos minutos sin omitir
palabra. Pablo, que estaba sentado al otro lado de la mesa, contemplaba la
escena.
Pablito, como le decimos todos, es
un gran amigo de pocas palabras pero precisas, con pelo enrulado y lentes de
diseño antiguo que le dan un aire de filósofo griego; siempre lo imagino en el
medio de la plaza del barrio vestido con un pallium y unas crépidas sport,
rodeado de una multitud escuchando sus enseñanzas.
Él se acercó con la paz que lo
caracteriza y preguntó: -¿No te acordas, cierto? -con un tono sensible de
afirmación que me hizo sentir igual que un perro que baja las orejas sabiendo
que algo no está bien. Con la vista nublada de contener las lágrimas le
respondí-No -pero no tuve fuerzas para mirarlo a la cara. Me sentía tan
avergonzado de no acordarme de ese momento, de mirarlo como si no fuese parte
de mi vida.
Puso la mano en mi hombro. Sabía lo
que estaba intentando hacer, alivianar la culpa, compartirla de cierta forma
que pueda partirse en dos y que la carga no sea tan pesada. Yo le corrí la
mano, no merecía ese acto de altruismo.
En la imagen podía ver a mi hija
Jazmín con su sonrisa que todo ilumina, rebosante de alegría, con esa
concentración tan particular que consigue cuando algo logra captar su atención,
abriendo su primer regalo de navidad. Otra persona estuvo ahí… tiene que ser de
esa forma, si no, es imposible que haya olvidado esa hermosa carita de
felicidad, inocente y plena.
Me sentí abatido.
La otra sensación extraña fue lo
que autodenominé "la pérdida de un estado". Nunca fui bueno
inventando nombres, pero éste suena particularmente profesional. Alegría,
tristeza, enojo, ansiedad, angustia, desesperación, miedo...
Alcoholizado.
Este cóctel de pastillas que mi
salvador recetó casi por inercia y que simulaba una falsa calma, me había
robado un estado, una forma de "sentirme" en la que me manejaba más a
gusto, seguro, atemporal, ausente, alejado. El sentimiento de que algo falta nunca
es simple de asimilar. Es un hecho que a nadie le gusta que le quiten sus cosas
¿Que sentirían si de una semana para otra les robaran nada más ni menos que un
pseudo estado emocional? Confusión, cuanto menos.
Sentí ganas de volver a fumar
cigarrillos negros, extrañaba ese olor fuerte. Me trae buenos viejos recuerdos.
Caminé hasta el quiosco y compré un atado, al fin y al cabo estoy en
tratamiento por alcoholismo, nadie habló sobre dejar de fumar. Cuando llegué a
casa, salí al jardín a tomar aire fresco. Mientras encendí un cigarrillo,
miraba las estrellas esperando alguna clase de vibra cósmica que me curara
intergalácticamente, y me ahorrase de andar por este camino que prefiero
evitar. Y aunque no tuve suerte esta vez -y seguramente tiene algo que ver con
que hace unos cuantos años que no voy a misa los domingos-, tengo fe en que la
próxima salida al patio pueda estar la solución mágica.
Cuánta discriminación espiritual...

Por momentos sentí entrar en una "matrix" psicológica. ¿Quién no se ha encadenado con el peso de la rutina alguna vez semejante a la borrachera? te hace perder años sin notarlo ...y cuando agarras las riendas nuevamente de tu vida es todo lucidez y filosofía. Te sigo y veo constantemente esos contrastes,dos mundos paralelos...Me dan ganas de seguir leyendo:como un vicio, no se porque será.
ResponderEliminarLa rutina es una adiccion mas, estoy con Estudio Design, a veces pasa que uno no sabe parar o como salir.
ResponderEliminarGracias Jorge por el laburo que te estas tomando con este blog, te leo y me gusta mucho lo que haces