Cap. 2 - Amo de mi destino, preso del olvido


Así fue que el tratamiento siguió su rumbo y yo seguí atentando broncas contra el mundo, maldiciendo a todos los dioses en orden ascendente y descendente del alfabeto Griego, fulminando genios con la mirada por cada estupidez que tenía que escuchar como si fueran sabios consejeros de una experiencia que jamás habían vivido y de lo que claramente no tenían ni una idea aproximada.
Pero lo más importante es que, después de seis interminables días, por el momento seguía invicto.
Viernes 21, 11:26 p.m.- No crean que fue fácil; sobre todo en esta época de fiestas navideñas donde por todos lados aparecen copas llenas de todo tipo de bebidas. Y aunque ustedes lo vean como algo normal y sin importancia, esos vasos llenos hasta el borde, para el ojo entrenado de un alcohólico en recuperación, son como miles de ratones en el medio del desierto vigilados desde la altura por un águila en pleno vuelo de caza.
En estos días encontré nuevas sensaciones… dos de ellas fueron las que principalmente llamaron mi atención: la primera se reflejó en el tiempo. Es increíble la cantidad de horas que tiene una tarde cuando uno no está borracho o tomando; me sobran horas y, aunque estoy buscando fuertemente en qué ocuparlas, por recomendación de mi salvador, estoy tratando de romper la rutina, los hábitos que siempre iban acompañados de un vaso de cerveza, lo que implica prácticamente cambiar el esquema de mi ritual diario, el eje donde se movían todas las cosas.
Quiero ayudarlos a que dimensionen la importancia de este tiempo "sobrante" porque es algo realmente pasmoso: los alcohólicos vivimos en un mundo paralelo que suele alinearse por algunas horas con la realidad, se juntan en un punto… pero es muy efímero; parecen segundos donde apenas se alcanza a ver lo que pasa alrededor.
Durante años viví esta realidad que se fue agravando lentamente. Al principio, sólo me encerraba en mi mundo la última hora del día, como un descanso de la rutina diaria; pero con el correr de los años, fueron sumándose las últimas 3 horas del día… las 5 horas finales… y, en un punto, dejaron de ser las últimas horas de la noche para convertirse en las primeras horas de la tarde. Es ahí donde sin mucho esfuerzo se empieza a levantar "el muro" que separa el alcohol de la realidad. Cuando esta muralla gigante empieza a derrumbarse y comienza a entreverse el primer haz de luz, la situación cambia y aparecen las preguntas ¿Qué hace la gente normal con todo el tiempo que le sobra? ¿En que ocupan todas estas horas del día en las que yo vivía alcoholizado?
Llegar al final del día sin alcohol es una tarea difícil, es mirar el reloj constantemente esperando que sea el momento para acostarse a dormir y empezar un nuevo día con el mismo desafío. El alcohol tiene muchas particularidades y una de las más predominantes es lograr que uno pierda la completa noción del tiempo… Sentarse a tomar a las 5 de la tarde y, cuando te das cuenta, son las 2 de la mañana. Todas estas horas al otro día van a desaparecer de la mente, dejando sólo algunos indicios de lo que pasó, como huellas en la arena que se van borrando, sin dejarte saber cuál es el camino de retorno.
Empezar a llenar este tiempo, buscar en qué ocuparlo, es parte de esa reinserción al mundo real, el lugar donde tus amigos, familia, conocidos, compañeros de trabajo viven a diario. Esto, suponiendo que todavía sigan ahí. Es como despertarse una mañana y empezar a ver todo lo que pasaba alrededor. Como si cayeras en una pileta de agua helada en pleno invierno.
Fue este miércoles que estaba mirando un álbum con fotos del último año. Yo estaba en esas fotos, en muchas de ellas, pero ¿era yo realmente? ¿Por qué mi mente no registraba esos momentos? ¿Acaso un grupo aburrido de aliens malintencionados decidieron elegir un humano al azar y borrarle completamente la memoria?
Me detuve un minuto, corrí despacio el plástico que envolvía una foto y la miré durante unos minutos sin omitir palabra. Pablo, que estaba sentado al otro lado de la mesa, contemplaba la escena.
Pablito, como le decimos todos, es un gran amigo de pocas palabras pero precisas, con pelo enrulado y lentes de diseño antiguo que le dan un aire de filósofo griego; siempre lo imagino en el medio de la plaza del barrio vestido con un pallium y unas crépidas sport, rodeado de una multitud escuchando sus enseñanzas.
Él se acercó con la paz que lo caracteriza y preguntó: -¿No te acordas, cierto? -con un tono sensible de afirmación que me hizo sentir igual que un perro que baja las orejas sabiendo que algo no está bien. Con la vista nublada de contener las lágrimas le respondí-No -pero no tuve fuerzas para mirarlo a la cara. Me sentía tan avergonzado de no acordarme de ese momento, de mirarlo como si no fuese parte de mi vida.
Puso la mano en mi hombro. Sabía lo que estaba intentando hacer, alivianar la culpa, compartirla de cierta forma que pueda partirse en dos y que la carga no sea tan pesada. Yo le corrí la mano, no merecía ese acto de altruismo.
En la imagen podía ver a mi hija Jazmín con su sonrisa que todo ilumina, rebosante de alegría, con esa concentración tan particular que consigue cuando algo logra captar su atención, abriendo su primer regalo de navidad. Otra persona estuvo ahí… tiene que ser de esa forma, si no, es imposible que haya olvidado esa hermosa carita de felicidad, inocente y plena.
Me sentí abatido.
La otra sensación extraña fue lo que autodenominé "la pérdida de un estado". Nunca fui bueno inventando nombres, pero éste suena particularmente profesional. Alegría, tristeza, enojo, ansiedad, angustia, desesperación,  miedo...
Alcoholizado.
Este cóctel de pastillas que mi salvador recetó casi por inercia y que simulaba una falsa calma, me había robado un estado, una forma de "sentirme" en la que me manejaba más a gusto, seguro, atemporal, ausente, alejado. El sentimiento de que algo falta nunca es simple de asimilar. Es un hecho que a nadie le gusta que le quiten sus cosas ¿Que sentirían si de una semana para otra les robaran nada más ni menos que un pseudo estado emocional? Confusión, cuanto menos.
Sentí ganas de volver a fumar cigarrillos negros, extrañaba ese olor fuerte. Me trae buenos viejos recuerdos. Caminé hasta el quiosco y compré un atado, al fin y al cabo estoy en tratamiento por alcoholismo, nadie habló sobre dejar de fumar. Cuando llegué a casa, salí al jardín a tomar aire fresco. Mientras encendí un cigarrillo, miraba las estrellas esperando alguna clase de vibra cósmica que me curara intergalácticamente, y me ahorrase de andar por este camino que prefiero evitar. Y aunque no tuve suerte esta vez -y seguramente tiene algo que ver con que hace unos cuantos años que no voy a misa los domingos-, tengo fe en que la próxima salida al patio pueda estar la solución mágica.
Cuánta discriminación espiritual...
 

2 comentarios:

  1. Por momentos sentí entrar en una "matrix" psicológica. ¿Quién no se ha encadenado con el peso de la rutina alguna vez semejante a la borrachera? te hace perder años sin notarlo ...y cuando agarras las riendas nuevamente de tu vida es todo lucidez y filosofía. Te sigo y veo constantemente esos contrastes,dos mundos paralelos...Me dan ganas de seguir leyendo:como un vicio, no se porque será.

    ResponderEliminar
  2. La rutina es una adiccion mas, estoy con Estudio Design, a veces pasa que uno no sabe parar o como salir.

    Gracias Jorge por el laburo que te estas tomando con este blog, te leo y me gusta mucho lo que haces

    ResponderEliminar