Por fin me encontraba en el umbral de la puerta, mirando a mi salvador frente a frente.
Me llevó sólo unos segundos darme cuenta de que la sonrisa que mostraba y ese gesto en el rostro eran una simple fachada, parte del acto necesario ante cada nuevo paciente. Y si bien fue muy fácil notarlo, no era algo que me preocupara. Yo tampoco estaba muy convencido de cuál era mi papel en todo esto.
Amablemente me invitó a sentarme. Yo dejé a un costado mi mochila junto con mis nervios. No tenía nada de qué preocuparme, ni nada que perder. Si podía descalificarlo en los próximos 5 minutos como había hecho con el primer médico con el que fui a atenderme, todo iba a ir sobre ruedas y yo iba a poder continuar tomando sin nadie que afectase mis planes de autodestrucción en cuotas.
El punto es que no me gusta recibir consejos de cualquiera así que, si alguien quiere que lo escuche, tiene que pasar por esos primeros 5 minutos donde lo voy a dejar hablar sin interrumpirlo. Luego de escucharlo atentamente, sólo le voy a hacer una pregunta y esa será su única chance de que yo siga prestando atención a lo que esté diciendo.
Pero este salvador resultó ser mucho más inteligente que el primero. Éste era detallista: se fijaba en los gestos e iba acomodando el discurso, su tono de voz, a medida que captaba las reacciones. Un tipo muy hábil. De pronto estábamos en una partida de ajedrez contra reloj... pero él no estaba jugando con un novato. Soy especialista en desbaratar discursos armados. Era como en Filadelfia, 1996, en el primer encuentro de Garry Kasparov contra la computadora Deep Blue. En este caso, yo era la computadora.
Hablamos durante un rato. Me hizo las preguntas de rutina: por qué estaba ahí, cuál -creía yo- era mi problema, cuál era mi opinión sobre por qué había llegado a este punto... Yo estudiaba fijamente cómo él levantaba su mano estratégica, casi rozando el peón con la punta de los dedos. Era una mala jugada, pero seguía hablando sin tocar la pieza, por eso de "pieza tocada, pieza movida". Estaba indeciso acerca de si esa era su envite maestro y, por mi parte, estaba seguro de que después de ese movimiento, yo iba a dar el golpe directo a la mandíbula. Un total e indiscutible jaque mate.
Rogaba que se metiera en mi campo de conocimiento, que empezara a ahondar con psicología barata sobre mi infancia y los problemas que me abrumaban. Esperaba con ansias que empezara a filosofar e intentase enredarme con una oratoria llena de palabras sin sentido que yo iba a destrozar como una hoja de papel mojada, para regodearme en su cara atónita al descubrir que había subestimado a su paciente.
Su mano seguía merodeando sobre el peón y yo ya tenía lista una sobre mi reina y otra sobre el reloj, dispuesto a terminar la partida. Me miraba a los ojos mientras hablaba, alcancé a notar en su rostro el asomo de una sonrisa burlona, miraba el tablero de reojo, hasta su pelo parecía ponerse más oscuro, y continuaba hablando, y yo seguía esperando...
No lo vi venir. Cambió el juego. No movió el peón sino el alfil y me dejó casi sin opciones ante un final que inminentemente quedaba en sus manos.
- Bueno, Jorge, acá no estamos para dar muchas vueltas sobre el tema. Te voy a dar unas pastillas para que te ayuden a pasar por esto, para que te sea más leve todo. Quiero que tomes 2 Lyricas por día y, si podes pagarlo, vas a agregarle una diaria de Revez. Pero empecemos con sólo media los primeros dos días ¿sabés?
No quiso marearme con filosofía ni jugar un ratito con mi psiquis, no le importó... Y yo me quedé sin poder mover una sola pieza.
Jaque mate.

que lindo
ResponderEliminarMuchas gracias.
ResponderEliminarExcelente! Todos los que tenemos algún tipo de adicción nos sentimos identificados en gran parte por esa "cárcel" que describís tan bien. Es un golpe bajo, con todo sentido, con las palabras justas y precisas. Y eso es muy bueno!
ResponderEliminarYa quiero mas, se volverá vicio esto ?
ResponderEliminarExcelente !