Era bastante chico cuando decidí irme de mi casa o decidieron que tenía que irme. Como sea, fue un excelente avance en mi vida, sobre todo por el detalle de que ya no había necesidad de andar tomando a escondidas... lo que acentuó un poco mi situación con el alcohol.
Apenas llegué a mi nuevo departamento, lo vi hermoso, chico, completamente vacío, el primer paso para mi libertad espiritual... que luego convertí en libertinaje y todo se me fue al carajo, pero la idea principal era bastante “ordenada”: mudarme, seguir trabajando, estudiar y, aunque continué con todo eso, también fui abriendo otras puertas, algunas más interesantes que otras... algunas más peligrosas que interesantes.
A falta de una novia, tenía dos, lo que se complicó mucho cuando me fui a vivir solo. No tenía muchas excusas para evitar que se cruzaran en mi departamento, así que opté por la que más me convenía en ese momento. No sé si el “amor” tuvo algo que ver en esto, creo que sólo me incliné por la más permisiva y la que me molestara lo menos posible cuando yo decidiera tomar cerveza durante toda la tarde, y parte de la noche.
Por ese entonces, tenía unos cuantos años menos y podía dormir muy pocas horas así que aprovechaba para alcoholizarme la mayor cantidad de tiempo posible, y como no tenía amigos que pudieran seguirme el ritmo diario, preferí hacerme de varios grupos de conocidos, así era más fácil que siempre tuviese a alguien disponible para tomar conmigo; en ese momento, podía tomar solo y, de hecho, lo hacía, pero era mucho más satisfactorio para mí si me alcoholizaba acompañado. Así, me uní a un grupo de estudiantes, otro de músicos, otro de vecinos, y fui ampliando mi mundo lo más posible. Era un borracho social, me encantaba relacionarme con la gente. Se trataba de la mejor manera de crear la excusa para tomar todo el dia “¿che y si tomamos una cerveza?”, sólo eso, una frase inocente, sencilla, hasta que mi amigo de turno no daba más y se iba a la casa, y yo levantaba mi teléfono para buscar el próximo en la agenda, no sólo para continuar bebiendo sino para no tener que enfrentarme a esa blanca sensación de soledad que pueden dar los departamentos cuando están todas las luces prendidas y vamos de un ambiente a otro, hasta que decidimos acampar en uno, pero sigue estando vacío.
De a poco fui comprando mis primeros muebles, una cocina, una heladera... Sobreviví varios meses sin heladera: es mucho más complicado de lo que parece.
Tenía un amigo en particular, Martín, él era músico -a diferencia mía, que eventualmente intentaba serlo-, y se llevaba muy bien con mis composiciones. Noche tras noche fuimos fomentando un lazo alcohólico-musical importante. Después, con los meses, ya empezamos a formar parte de los mismos círculos de amigos, tanto él en los míos como yo en los suyos, tocábamos seguido y armábamos distintas melodías hasta que la cerveza tomaba el control y ya interpretábamos cualquier cosa que se nos viniese a la cabeza, no importaba qué... nos mantenía entretenidos y me hacía sentir feliz. Martín, sin embargo, estaba destinado a hacer algo más importante en mi vida que solamente brindarme un buen rato musical: él iba a ser la mano que acercaría a Alicia a mi vida.
Hace unos días me preguntaron qué era para mi la felicidad... si, es una pregunta trillada, de orden totalmente existencial y casi imposible de responder, sin embargo, contesté lo primero que se me vino a la mente: “Creo que la felicidad es el equilibrio entre lo que somos y lo que queremos ser”. No digo que esto sea una genialidad, pero sí que, después de pensar y volver a pensar en esta pregunta, esa ha sido mi respuesta más acertada.
Me sentía en equilibrio. Vivía solo, un poco alcohólico, un poco músico, trabajando por un sueldo razonable, estudiando poco y conociendo mujeres al punto de llevar una distinta por semana a mi cama. Por supuesto que la única novia oficial que me quedaba no había aguantado el ritmo y decidió irse con un profesor de artes marciales que, aunque rubio, alto, simpático, atento, inteligente y que sonaba a buena idea por donde se lo analizara, hasta el día de hoy, considero que fue una estupidez de su parte... conmigo hubiese tenido cerveza gratis todos los días de su vida.
Y así apareció Alicia. Tenía unos años menos que yo y deslumbraba con su inteligencia, no del tipo numérica o versada en detalles de la segunda guerra mundial, sino que poseía un gran razonamiento para actuar, para interpretar a las personas, y no lo digo sólo por mí, ella veía cosas en la gente, cosas que no todo el mundo podía captar, sabía interpretar más allá de las primeras actitudes o de las reacciones básicas, no medía las acciones por buenas o malas, era flexible, libre. Amaba la música y la pintura, y como yo en ese tiempo pasaba muchas horas pintando, las fuerzas de atracción del universo provocaron que ella empezara a pasar más horas al dia conmigo.
Una noche, no tuvimos mejor idea que tener sexo y olvidarnos de nuestra regla más importante “no tenemos que acostarnos, nunca”. ¿Y por qué esta imposición? Porque no queríamos actuar de igual manera que con otras personas, los otros podían existir o no, simplemente no importaba, pero entre nosotros estábamos intentando crear algo distinto, y qué mejor manera que no conduciéndonos como con el resto. Hay una frase conocida que dice “la locura es continuar haciendo lo mismo, esperando resultados diferentes”. Los nuestro fue exactamente al revés, hicimos las cosas diferentes pero terminamos en idéntico desenlace, lo mismo que yo hacía con otras mujeres, lo mismo que ella hacía con otros hombres, pero supongo que, en algún punto, fue distinto. Incluso para no formalizar la estupidez, esa misma noche se volvió a dormir a su casa.
Tengo la extraña capacidad de quebrar estructuras en las mujeres; las que nunca se enamoran, conmigo lo hacen; las que no suelen odiar, me terminan odiando; las que viven en una nube de paciencia, la pierden. En aquél entonces, no era algo que supiese manejar, me salía con total naturalidad... y Alicia lo sabía, ella entendía todo a la perfección, me había analizado al detalle viéndome hablar y actuar con otras mujeres, por eso conocía de antemano lo que iba a pasar con ella y cómo iba a suceder. Lo que no sabía era cómo evitarlo.
Habíamos generado una conexión más espiritual que física. Yo seguí acostándome con mujeres y, aunque creía que ella no dormía con otros hombres, pronto descubrí que estaba equivocado: una noche fui borracho hasta su casa y me atendió el mismo descendiente de Spartacus en toalla; al sonido de “-¿Sí, flaco?”, apenas pude articular un “-Ah, sí, es que pasaba por aca y... no, nada, no te preocupes”. Claro que vi la brillante sonrisa que salió de su boca mientras yo me daba la vuelta para volver a mi departamento, solo, borracho y un poco extrañado por la situación.
Alicia no dudó en llamarme esa misma noche, ella sabía muy bien que yo, borracho y enojado, no era una buena combinación. No atendí la llamada, ya había encontrado un reemplazo: de la misma forma en que se cambia una prenda, sólo que estaba cambiando mi remera favorita por una verde fluorescente que no me sentaba para nada bien. De todos modos, ya no importaba.
Me despertó esa mañana, no le importó en lo más mínimo que otra mujer saliera de mi habitación -de hecho, prácticamente la había echado con una sonrisa en los labios, muy simpática y sarcástica-. Si había algo que ella sabía manejar como una profesional era el sarcasmo “-¿Preparo café para los tres?”, había dicho, “-¿o se te hace tarde?”, remataba mientras miraba, estoica, a la visitante... espléndida.
Quedamos los dos solos en casa, ninguno pronunció una palabra de los sucedido en esas últimas horas...
- ¿Y, Jorge? ¿Terminaste tu pintura o estás falto de inspiración?
- No, no la terminé, no creo que vaya a terminarla tampoco, no logro plasmar lo que quiero, no consigo mirar la pintura y que me diga algo.
- ¿Y qué es lo que querés decir, Jorge?
- No sé. Algo.
- ¿Algo? ¿En serio pensás que vas a lograr que la pintura “hable” cuando no sabés lo que querés que diga?
- Ali, son las 10 de la mañana...
- Está bien, sólo intento que conectes esa parte que te falta.
- Lo único que estoy tratando de conectar en este momento son mis neuronas para...
- Si, ya sé -me interrumpió, y me alcanzó una pastilla-. Lo único que estás tratando de lograr es que se te pase la resaca.
- Si, eso mismo.
Pasamos todo el dia juntos. Ninguno intentó besar al otro, tener un contacto físico aunque más no fuese una mano sobre la cara o alguna mirada intensa.
Pensamos en cenar esa noche, era una forma de reafirmar que íbamos a hacer las cosas de otra forma, de una nueva y mejorada forma, así que ella tomó su cartera y salió para su casa, quería cambiarse, maquillarse, arreglarse; yo insistí en que no hacía falta, que así estaba bien... no me escuchó.
Prendi el celular. Eran las 7 de la tarde, todavía tenía tiempo para unas cervezas. A las 11 debía dirigirme a su casa... y en eso radicaba mi única responsabilidad: no tomar, y pasar a buscarla.
Me emborraché. Nunca llegué a su domicilio, quien sabe por qué razón decidí apagar el celular y continuar bebiendo.
Fui a buscarla a la mañana siguiente, sabía que iba a tener muchas cosas para decirme, que me iba a reprochar que no la había pasado a buscar, que no tenía por qué haber hecho eso, que a ella no le molestaba que yo tomara pero que, al menos, podría haberle enviado un mensaje para avisarle y no dejarla esperando como una estúpida. Sin embargo, nada resultó como yo esperaba. Ella ya no estaba ahí, no se había quedado para recalcarme que era un completo idiota, no se encontraba ahí esa mañana, ni estuvo la siguiente, ni a la otra semana, no estuvo al siguiente mes, ni en los próximos años...
Alicia, tan fuerte, atormentada por la misma intensidad de su carácter. Muchos dicen que fue un accidente, pero yo nunca pude asegurar que lo fuera. Sé que Alicia peleaba con demonios grandes, fuertes, fríos y rígidos como el hielo...
Te veo tan cerca... ¿Cómo es que todo el alcohol del mundo no pudo eliminar esa imagen? Esa fotografía mental que podría haberse perdido con todo el resto... Pero no, ahí estabas: parada, sonriendo con ironía, mirándome fijo, hablando, preocupada “¿Jorge? ¿todo esto fue por mi? No me olvidaste después de todo ¿cierto?”.
- No, Alicia, no lo hice.

Muy bueno.
ResponderEliminarRegresaré por aquí.
Saludos.
Genial, lei uno detras del otro. Espero el proximo...
ResponderEliminarMe das tu whatsapp? te quiero conocer!
ResponderEliminar♥
ResponderEliminar