Cap. 14 - Trece pasos



Era hora de salir, pasé semanas encerrado sin siquiera ver la luz del día. Empezaba a dudar si la forma del sol era realmente redonda y si la gente era tan insoportable como yo recordaba.
Dicen que son doce pasos los que se necesitan para “curar” la adicción al alcohol. Doce pasos... ¿Tendrá que ver con que eran doce los apóstoles? ¿Será un número elegido al azar? ¿Serán, de verdad, doce los pasos? ¿Por qué no trece?
Quería mantenerme alejado de las luces, quedarme perdido entre las esquinas vacías y húmedas de la casa, de cierta forma, me recuerdan el estado en el que está mi cabeza, atrapado en la comodidad de la soledad absoluta.
Muchas razones son las que me mantenían encerrado en esa habitación, en mis pensamientos, pero era sobre todo esa falta de ganas, motivación, no encontrar la necesidad de escuchar los ruidos, las voces, los gritos, sentir los pasos, soportar el ladrido continuo de los perros a través de la reja, el taxista queriendo hablar todo el camino imaginando lo cautivadores que pueden llegar a ser sus problemas para mi, el tipo del colectivo que viendo 20 asientos vacíos decide que puede resultar interesantísimo sentarse al lado del que estás ocupando y -¡cuándo no!- entablar una charla matutina; un auto pasando, el murmullo del ambiente, el choque descuidado con alguien en el supermercado, sonreír forzadamente, responder a los saludos obligados, evitar a la gente que trata de mirarte fijo para adivinar lo que pasa, esas que te buscan la mirada como un cachorro hiperactivo detrás de una pelota seguido de un insoportable “¿todo bien?”, mostrando esa frescura tan natural que molesta; los árboles en el mismo lugar, los mismos negocios, los mismos autos estacionados, las viejas de pueblo sentadas en la vereda como guardianes del anillo sagrado de la juventud, siempre pendientes de cada movimiento, hilando conjeturas sobre la vida ajena, atentas como lobos hambrientos, siempre en manadas y puntuales como un reloj suizo, con la resignación de dar por concluido un ciclo. Nada parecía cambiar, salvo algunos detalles totalmente insignificantes. Es ahí donde empecé a entender que tenía la capacidad de paralizar el tiempo por completo, pasar semanas lejos de la civilización, volver y hacer de cuenta que no habían sido más que unos minutos y que todo seguía igual. El sólo hecho de pensar en salir me agobiaba, me cansaba. Simplemente, no quería hacerlo.
No quería escuchar a la chica de la despensa con sus problemas existenciales si con sus 38 años tiene que seguir viviendo con sus padres; ni al carnicero alcohólico que se ríe cada vez que me ve comprar una coca cola, que la semana pasada se “olvidó” de buscar a su hija en el jardín y llegó 40 minutos tarde con olor a cerveza; ni al padre super perfecto de acá a la vuelta, que parece sacado de una película romántica, que no se equivoca jamás, que la familia lo adora por sobre todas las cosas del mundo... pero su mujer se acuesta con otro.
Tenía que cruzar esa puerta antes de volverme completamente loco, evitando todo el circo del barrio de la familia Ingalls, de toda esa mierda de sonrisas cruzadas, falsas, de plástico berreta.
Este sistema no funciona, no es lo que dice la gente el problema, sino lo que guardan.  Decir las cosas a medias, olvidarse de esos “pequeños” detalles que resultan ser la esencia de la charla, omitir que sos un hijo de puta, dejar de mencionar que por las noches le pegás a tu mujer, o que te drogás todo el día y después salís a matar pibes. Esos “detallecitos” son los que hacen que me sienta cansado de escuchar a la gente, de prestar atención a relatos parciales y acomodados a gusto para que quienes los escupen puedan quedar siempre como héroes legendarios; de la “religiosa” del barrio hablando de su putisimo amor por Cristo y todas las criaturas humanas, donde todo es paz y amor, salvo los domingos al mediodía, cuando le grita al marido delante de toda la familia “¡Vos sos un inútil! ¡Callate!” “¡¿No ves?! ¡¿No ves que sos un estúpido?! ¡ni para poner la mesa servís!” o “¡Callá a ese pendejo que me tiene cansada!” refiriéndose al sobrino... Hipócrita... Pero qué hermosa sonrisa que tiene en la calle y qué comprensiva es con todo el mundo. Todos tenemos algo que esconder, después de todo.
No, no necesito que la gente ande contando sus problemas por la vida. Y tampoco quiero que vos me vengas a decir a mí cómo tengo que acomodar mi vida, cuando no sos más que una ilusión ordinaria que vende un espectáculo a los pocos espectadores que te quedan en ese teatro barato, que compran una entrada porque no tienen la capacidad para darse cuenta de que tus diálogos son pura basura. Y te escuchan, y te aplauden... Pobres ignorantes.
Me sentía estancado en todos los aspectos posibles, estancado emocionalmente porque en un principio nada lograba ser importante para mi; a nivel creativo: falto de ideas, de ganas, sin deseos de escribir... diciéndome: “¿para qué? ¿para escribir lo mismo... otra vez?”.
Un espectro, una leve y pálida sombra de lo que fui, un caminante que no camina.
Empecé el ritual... Preparé la ropa, acomodé la pieza, me duché, copié nueva música en el iPod, busqué los auriculares, saqué la cámara de fotos, limpié los lentes, los filtros, puse a cargar la batería... seguía dando vueltas para que se hiciese tarde y que salir ya no fuese necesario. Me lavé los dientes mientras caminaba por la casa. Volví a mirar la hora... Todo indicaba que, por más que intentase retrasar la situación, iba a tener que hacer ese esfuerzo sobrehumano.
Preparar la cámara fue una buena excusa para engañarme: "Tranquilo, Jorge, no salís por la gente, salís a sacar unas fotos, a apreciar algunos paisajes", fue lo mejor que se me ocurrió. Usar el auto sería una mala decisión, todo lo mismo, para sentirme encerrado; así que opté  por sacar la moto, sentir un poco el viento y disfrutar de esa falsa ilusión de libertad que me calma cuando estoy de mal humor. Me gusta la velocidad, tengo que admitirlo. Velocidad, una palabra que no se lleva bien con los alcohólicos, pero, considerando mi estado absoluto de sobriedad, practicarla en la ruta no era tan mala idea.
Miraba a la gente mientras la música empezaba a pasar por mis oídos, por mis venas. Comenzaba a sentirme parte de esa farsa de bajo presupuesto, donde todo está tan claro desde el principio que, seguir sentado frente a la pantalla, no tiene sentido.
Ahí, en el lugar menos imaginado, en una estación de servicio, esperando que terminaran de cargar el tanque, me dí cuenta de todo, fue como un flash en plena oscuridad, de esos que te dejan ciego por unos minutos, cerrando y abriendo los ojos, tratando de centrar el foco. Todo, absolutamente todo, empezó a tener sentido.
¿Qué fue lo que me llevó a pasar tantos años en la oscuridad de mi propia sombra? ¿En qué momento até tan fuerte los hilos en mis manos para convertirme en un títere de tan ridículas decisiones?
Te veo tan cerca... ¿Cómo es que todo el alcohol del mundo no pudo eliminar esa imagen? Esa fotografía mental que podría haberse perdido con todo el resto... Pero no, ahí estabas: parada, sonriendo con ironía, mirándome fijo, hablando, preocupada “¿Jorge? ¿todo esto fue por mi? No me olvidaste después de todo ¿cierto?”.
Arranqué el motor y manejé, distante, a casa.
No.
 

Cap. 13 - Moscas atemporales




“¿Para qué vas a hacer hoy lo que podés dejar para mañana?”

Sin duda, ésta es una de las mejores frases que van a escuchar de todo alcohólico. Puede que la digan, puede que simplemente la demuestren, pero siempre que les pregunten ¿y por qué no dejás de tomar, si sabés que te hace mal? La respuesta, invariablemente, va a ser mañana.

¿Pero se trata sólo del alcohol? ¿No es eso lo que pasa con todas las adicciones? ¿No es lo que pasa con las personas? Alcohol, cigarrillo, pastillas, gritos, maltratos, drogas... todo es parte de lo mismo, hablamos de una actitud autodestructiva constante, no importa realmente sobre qué. Me animo a afirmar que nadie de quien esté leyendo estas palabras está libre de esta situación. La autodestrucción es llamativa, es interesante, a todos nos encanta autodestruirnos en algún punto ¿no? ¿Seguro que no aguantaste una relación de pareja más tiempo del debido aún sabiendo que te hacía mal? A mi no me mientas.

De a poco, esto de dejar todo lo que no queremos hacer para otro momento, se vuelve una forma de vida. Y pienso que la gente suele errar cuando pregunta ¿por qué no dejás de fumar?. - Porque no se me raja la gana … tan fácil como eso ¿no? -podría ser la respuesta más común-. No. Creo que la interpelación correcta sería ¿qué tan rápido te querés morir? y ¿qué tan poco creés que vale mi dolor? Por supuesto, no vamos a lograr que eso cambie absolutamente nada hasta que esa persona esté muerta -o por morirse-, pero, al menos, nos habremos acercado bastante a la forma correcta de formular una buena pregunta.

Una noche nos juntamos a comer con unos amigos, Marcos y Germán. Marcos es un amigo de toda la vida, siempre estuvo al lado mío, más en las malas que en las buenas. Es de ese tipo de personas que no se mete a menos que haga realmente falta; si tu respuesta es “fumo porque me quiero morir”, él no se interpone en tu camino... aunque se va a encargar de cuestionarte incansablemente y de mil aproximaciones distintas si es lo que vos realmente querés. Pero mientras él no esté convencido, dará un paso al costado. Supongo que esta particularidad en la personalidad de Marcos es la que hizo que hoy siga estando a mi lado, mientras que Germán es solo un amigo ocasional con el que compartimos el mismo gusto por tomar alcohol en cantidades.

La creencia popular dicta que los verdaderos amigos siempre están en las malas, pero, déjenme que les diga como alcohólico experimentado que, para cuando se den cuenta, los amigos “de verdad” ya se habrán ido, no porque no fueran leales, sino porque se habrán cansado del maltrato, de la falta total de interés, de los malos días...  A las personas que realmente le importa son las que tarde o temprano se van, porque cada palabra que se diga estando ebrio, cada actitud que se tenga, no va a desaparecer cuando pase la borrachera... al final, solamente quedarán aquellos a los que les importa un carajo cuánto alcohol puedas meter en tu cuerpo en 24 horas. ¿Se imaginan tener un amigo al que le tienen que aguantar más de 15 años ininterrumpidos de resacas? ¿No se volvería cansador?. Ahorrense el discurso de “si fueran tus amigos, te hubieran ayudado” porque el “TE” no existe para un adicto, es “ME” ayudo. El único que puede decir “TE”, es el mesías de turno donde sea que te trates y su mágico cóctel de pastillas.

Se hicieron las 5 de la mañana, ya habíamos tomado todo lo que podíamos aguantar. Marcos, el dueño de casa, ya estaba cansado y con Germán acordamos que la noche no había terminado ahí, que todavía faltaba mucho más por tomar. Me subí a mi auto como pude -Germán de copiloto- y salimos para su barrio, donde siempre venden cerveza fría a cualquier hora del día.

Si se lo preguntan, así es como muere gente inocente atropellada por un par de borrachos. Pero soy un tipo de suerte, a pesar de no recordar como llegué a mi casa un 99% de las veces, nunca atropellé a nadie... aunque seguramente estuve cerca de hacerlo en varias ocasiones. Una mañana amanecí durmiendo en el auto en la esquina de mi casa a las 5 de la tarde, pero eso es otra historia. Ni les cuento cuando salía en la moto... eso ya se los dejo a su imaginación.

Los dueños y amos del mundo ahí estaban a las 8 de la mañana tomando ese elixir recién sacada del freezer en un kiosco de mala muerte, en un barrio en el que no querrían entrar solos, pero que no importaba porque ahí vendían alcohol y todos conocían a Germán, así que... recibir un balazo por una buena cerveza me parecía un trato justo.

La cosa se empezó a desvirtuar cuando llegaron unos amigos de Germán, unos “chiquitos” del barrio. Eran unos cuántos, alcoholizados y pasados de “alita de mosca”, un polvo que se vende en algunos lugares como sustituto barato de la cocaína. Se acercaron a saludar a mi amigo y él me presentó. No era la primera vez que iba por el barrio en busca de bebida en horarios en los que el resto de los lugares ya tenían prohibida la venta, y uno de ellos me reconoció rápido “Aaahh, éste es al que no le gusta la cerveza! Si ya lo conozco”. Seguí tomando con esos  completos desconocidos para mi... pasaron las horas, ya eran las 10 de la mañana. Germán ya no podía ni hablar, pero yo, que estaba un poco más entrenado en las artes etílicas, estaba aguantando bastante bien si se tenía en cuenta que venía tomando desde hacía prácticamente 12 horas seguidas.

No conforme con la cantidad excesiva de alcohol que ya le había metido a mi cuerpo, decidí que era momento de probar la maravillosa alita de mosca. Yo no soy drogadicto, no tengo esa adicción en particular, pero siendo un autodestructivo curioso, he probado cuanta droga tuve al alcance. A diferencia del alcohol, siempre representaron idilios de una sola noche para mi. Una relación del tipo de la que se tiene con amantes, a las que uno ve de vez en cuando. Te acostás con ellas, pero apenas pasa el efecto, estorban, molestan y mientras más rápido se vayan, mejor; total, ya te ayudaron a cumplir tu objetivo: no pasar la noche solo. Es una forma de completar un poco más la cuota de autodestrucción necesaria. Incluso tenían la particularidad de hacerme sentir miserable después de que se iba el efecto, y provocar que me preguntara ¿para qué? ¿no es suficiente con el alcohol? No, no era suficiente con el alcohol. Tenía que encontrar algo que me pudiera aniquilar, en lo posible, en una sola noche. Podía ser la vía rápida para dejar de ser alcohólico... los muertos no toman.

Y aunque uno no se puede andar drogando por la vida, si el día de mañana mi hija Jazmín entra en las drogas, enseguida lo voy a notar... algo que el resto de los padres no siempre podrá hacer... se los aseguro, ya he visto varios hijos de conocidos drogados y los padres siquiera atinaron a notarlo. En fin, no hay droga que por bien no venga es el dicho... bueno, no exactamente así.

Todo se fue al carajo, estaba borracho hacía más de 12 horas, drogado con una mierda que tiene un efecto atemporal, porque esa es la palabra correcta, consumir “alita” hace que no tengas ni la más remota idea de qué hora es o dónde estás parado. Por si lo estaban pensando: sí, así es como se drogan y algunos después salen a robar... y así termina gente con un tiro en la cabeza.

No sé qué pasó en el medio, tengo poca idea, sólo algunos flashes perdidos: yo manejando con la tropa de desconocidos arriba del auto, creo que buscando más droga o más cerveza, no sé,  todo se empieza a aclarar cuando voy llegando a mi casa, visualizo una escena con Jazmín jugando en la entrada de casa y este padre ejemplar, drogado, borracho y desaparecido por casi un día completo, decide alzarla para darle un beso... Una excelente idea, considerando que mi equilibrio en ese momento era majestuoso... Resbalo... y la cabeza de Jazmín golpea contra el piso duro...

El gran padre protector.

Después de ese día juré no volver a tomar, mucho menos, drogarme. De más está decir que no lo cumplí, porque “¿para qué vas a hacer hoy, lo que podés dejar para mañana?”