Hola, soy Jorge

Descanso eterno

Quemar tus alas, incesante
que el fuego te consuma lento, alto


Arrojar tus esperanzas al vacío
de mis verdades, arrogancias,
de mi soberbia y destrozarlas
con delirio, certeza.


Verte muerta en cada paso,
cada acorde y letra,
que ni siquiera en las melodías desiertas
habite tu ausencia ni tu recuerdo.


Que se borren tus letras de todo
abecedario y los labios no
puedan nombrarte
en las madrugadas de inverno,
y jamás en tardes de otoño


Que quede tu corona ahogada bajo
gotas  de tierra húmeda
de guerras perdidas en tu nombre.


Para verte impotente, en las ruinas
de tu propia estupidez.


Que tu cama sea de espinas
sin rosas y sin excusas, despiertes
sin sangre, sin alma, inmóvil,
fría.


Deseare... que nunca existas,
Desterrarte al olvido y así
mi descanso será eterno
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Cap. 18 - ¿Dónde mierda puse el hamster?


Sonaba “46&2” de Tool en mis auriculares, no podía dejar de prestar atención a la letra… Dice más o menos así:


Mi sombra está cambiando de piel
y estuve arrancado mis cáscaras otra vez.
Escarbando a través de mis viejos músculos
buscando una pista.
Buscando una palabra que me guíe dentro.
Quiero saber lo que estuve escondiendo.


Lo cierto es que llevo meses buscando algo, una pista que me guíe a través del laberinto que supone estar vivo, fresco y encerrado en mis propias ideas. Sobreviviendo a mis reacciones, ante las distintas situaciones en un período de reconocimiento personal, en el que me veo extraviado, perdido, pero no tan lejos de la orilla, no tanto como antes. La realidad es que todos en algún punto perdemos el camino, no porque tengamos problemas para discernir lo que está bien de lo que esta mal, sino porque, sin equivocaciones jamás podríamos saber cuál es la dirección correcta.


Introspección le dicen algunos. Yo lo llamo “el estúpido e innecesario balance de fin de año”. Innecesario porque podría vivir tranquilamente sin hacerlo, y estúpido porque jamás hago caso a mis propias conclusiones.


Y mi introspección -debo decirlo- es sumamente oportuna: son las 12:40 am, y estoy rodeado de conocidos, sentado con mi notebook, escribiendo como una catarsis necesaria a un problema que posiblemente no exista.


Por momentos se siente como si mi mente se montara a un subibaja de emociones y las sacudiera hasta hacerlas vomitar. Creo que de esta forma logro expresarlas siempre de la peor forma imaginable, no me manejo a mí mismo, no controlo mis reacciones, no ejerzo un mínimo dominio de mi humor, me convierto en una puta, la puta de algún cafisho mal intencionado e impune.


Vivo semanas en las que no puedo confiar ni en mi análisis de las situaciones. Es un hecho bastante incómodo. Siempre creí en mi absoluta capacidad de ver la vida como a un tablero de ajedrez, con ese punto de vista lejano desde el que se puede hasta predecir lo que va a pasar,, sin embargo, de a poco me fui acostumbrando a empezar el día con mi humor en la línea de subida y, por cualquier mínimo detalle, terminar con mi puño impactando en mi preciada y maltratada bolsa de boxeo. No existe el equilibrio, y si alguna vez estuvo en mí algo que semejante, escapa a mi memoria… Equilibrio, estabilidad, punto medio, GRISES: están completamente ausentes en mi vida. Lo incontenible, lo verdaderamente molesto, está en los detalles, un hecho sin ninguna importancia para cualquier otra persona, tiene el poder de transformar mi día en un fracaso, al menos, por los siguientes 15 minutos donde todo puede volver a cambiar nuevamente.


- Hola Jorge, buen día, tengo que hablar con vos y necesito hacerte una pregunta. Paso por tu casa esta tarde, ¿puede ser?


¿Hablar? ¿De qué hay que hablar? O, mejor dicho, ¿por qué hay que hablar? Mi mente empieza a revisar las últimas semanas como si se tratara de un archivo digital… *espere, buscando* *buscando*, *buscando* ¿Qué será exactamente lo que me quiere preguntar? En ese momento mi cabeza empieza a querer controlar todas las posibilidades y por sí misma se interna en una maraña de especulaciones, estadísticas, probabilidades e intrigas sin respuesta. De ese camino no hay retorno, es imposible enfocar mi atención en cualquier cuestión que se aleje de esa futura charla, y del tema en torno al cual pueda girar. Suena sumamente ilógico que un “tenemos que hablar” tenga la capacidad de condicionar mi mente y mi ánimo de forma tan determinante.


¿Ciclotimia? ¡Soy el puto amo de la ciclotimia!


Sí, la expectativa de una charla complicada, o completamente indeseada, podría desestabilizar a cualquiera. Mi problema es que cada alteración en el orden de mis días, en cada uno de mis planes provoca que mis reacciones se desaten como si de demonios descontrolados se tratara. Toda una joya de tipo ¿eh? Una caja de Pandora al por mayor y gratuita, para quien cometa el error de cruzarse apenas en la misma vereda.


Me gusta analizar a las personas, es un pasatiempo del que disfruto mucho. Observo atentamente lo que hacen, cómo lo hacen, lo que dicen y qué palabras eligen, cómo miran, qué buscan, qué quieren, qué necesitan. Todo el tiempo me pregunto ¿qué estará pensando? ¿es posible que piense lo mismo que yo? ¿también tendrá un mal dia? Hay tanto para descubrir, que cada situación se vuelve como un juego de estrategia pura, cada movimiento decide la próxima jugada, cada detalle cambia el curso de lo que va a pasar a continuación... ¿Es posible que mi ciclotimia sea parte del siguiente paso? ¿Puede una de mis reacciones desencadenar una serie de eventos que deben ser? ¿Será la enseñanza que necesito para un futuro problema? ¿O es que está solamente para joderme la vida con la mayor crueldad posible? Saber que cada decisión que tome puede cambiar el completo rumbo de mi vida es una certeza que me aterra.


¿Nunca pensaron que un accidente con un desenlace fatal podría evitarse con salir tan solo 30 segundos más tarde de casa? Tal vez, si no se hubieran despertado tan tarde para llegar al trabajo... ¿Y si pudieran analizar esas variables al punto de modificar el siguiente paso? ¿Si fueran lo suficientemente detallistas como para prestar atención sobre lo que está pasando?


Se que cada cosa que haga y diga produce un efecto sobre los que me rodean, sobre el lugar donde estoy parado y sobre lo que está por venir. No hay una sola acción que salga indemne. Cuando pienso en ese amigo que murió de sobredosis, también me pregunto dónde estaría ahora si el tipo que le dio la primera línea de coca hubiera pecado de egoísmo como para aspirarla solo. La vida puede ser tan caótica que por momentos se asemeja más a un juego de palitos chinos que a uno de ajedrez. Sin embargo, en este caos, algunos brillamos más que otros; simplemente porque estamos acostumbrados a manejarnos en el desorden.


Cuando me imagino a toda esa gente que anda por la vida sin pensar en nada, sin analizar ni siquiera las cosas importantes, siento envidia; creo que sí, envidia es la palabra más justa, anhelo esa capacidad de pensar en nada.


Es hasta imposible verme esperando que las cosas “simplemente pasen”. O subestimo la palabra improvisación, supongo... Tal vez tenga que ver con alguna necesidad de controlar todo, y de que todo esté bajo mi estricto orden de reglamentación, listo para ser desviado hacia el curso que, creo, deben tener los hechos.


Pero… ¿por qué no? Improvisar, no suena tan mal después de todo. Imaginando que por una de esas casualidades pueda apagar la condenada voz de mi cerebro por un rato. Improvisar, hacer algunas locuras, pero esta vez fresco. Sí, creo que podría resultar.


Después de horas de hacerme preguntas sin sentido que no puedo contestar, después de darle tantas vueltas como el tema podía admitir, y habiendo analizado cada ínfima alternativa de lo que podría haber hecho bien o mal para merecerme una charla, decidí mandar al carajo los motivos, los reproches y hasta a mi mismo interlocutor. Decidido a no tolerar que las charlas importantes admitan una tarde de prórroga, levanto el telefono, y llamo a mi amigo:


- Decime lo que tengas que decirme, pero ahora.
- Ah, sí, Jorge, sobre lo que te quería hablar, me estoy yendo de vacaciones ¿me podrias cuidar el hamster?


Un día entero malgastado por una rata.


Ciclotimia, teoría del caos, improvisación, y la mismísima estupidez. Señoras y señores, gracias por su atención.

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Cap. 16 - Entre voces, Ángeles y el Infierno




Carina llevaba semanas hablando sobre un Café Literario donde se reunían a charlar sobre distintas temáticas, supuestamente, con gente muy inteligente, observadora, carismática... Tenía serias intenciones de persuadirme para que fuera:
- Vamos, dale. Aunque sea una vez, si no te gusta, no te vuelvo a hablar del tema - gimoteaba.
- Carina, sabés muy bien que los aglomerados de gente no me convencen. La muchedumbre me molesta sobremanera -Lo que ella describía como un paraíso del arte, mi entendimiento lo traducía automáticamente en un grupo de eruditos pseudo freudianos, bohemios pipa en mano y libro bajo el brazo, intentando solucionar el mundo con su reunión mensual de estupideces.
- Muchos de los que están ahí siguen tu blog y desde que les dije que te conozco insisten en verte - volvía a la carga.
- Si me conocieran, no pensarían lo mismo, Carina - yo continuaba metiendo su nombre en mis oraciones, era mi forma de retrucar su repetición con la mía, de darle a entender ese "hacerme el favor de no romperme las pelotas".
-Ay, Carina, Carina, repetí mi nombre todo lo que quieras. No me molesta, Jorge. Pero quiero que vengas conmigo, sólo una vez. Además, aún así de insoportable como sos, la gente aprende a quererte. No es fácil, pero es un camino sin retorno.
- Pensé que decir estupideces era mi trabajo, tratá de mantenerte en tu rol sin ocupar mi espacio - la reté.
Ella se rió.
Carina es una persona sumamente carismática, ama hablar con todo el mundo y, sin duda, es esta cualidad la que menos le soporto. Trato de salir en su compañía lo menos posible ya que, de ser por ella, iría cuadra por cuadra preguntándole, al que se le cruce, sobre su vida, sus sueños, problemas, aspiraciones, el nombre del perro, su ex novia y si pensó en casarse alguna vez... No gracias. Un gran desafío para esta mujer sería dirigirse a la vuelta de su casa a comprar una bolsa de caramelos y que eso le lleve menos de una hora; entre la charla con el vecino, el verdulero y el kiosquero le pone, como mínimo, 80 minutos de pura simpatía abrumadora.
Carina fue quien me presentó a la madre de mi hija y, hasta el día de hoy, siguen siendo grandes amigas. Así fue que, a pesar de haber usado todas mis técnicas de negociación conocidas, terminé prometiendo que no sólo iba a ir, sino que además, fraternizaría con los bohemios freudianos... entiendan que fue la condición para solucionar mi necesidad de ver a Jazmín.
Hace meses que no veo a mi hija, y es algo que se estaba tornando sumamente molesto para mí. Nunca quise ser un padre ausente, y tampoco quiero serlo ahora. Sé que cometí mis errores, totalmente alcoholizado era imposible de creer que existiese un interés por mantener una relación con mi hija. Pero esa situación ha cambiado, y es hora de renegociar los términos de visita.
Ana es increíble, que de ser por gloria divina ya tiene ganadas sus alas de ángel. Estuvo a mi lado todo el tiempo que le fue posible, hasta donde le dieron las fuerzas. Soportó por años una situación de alcoholismo insostenible a cambio de mi promesa constante de que cambiaría... hasta que fui sincerando la situación y le dije, en un ataque de ira, que era alcohólico y que así iba a morir; y sin embargo ella, aún con mucho dolor y robado su vigor, siguió a mi lado, firme, como los faros guía, cada vez con menos luz.
Siempre se lo dije, Ana tiene más corazón que cabeza. Si la conocieran, sabrían que eso está muy lejos de ser un insulto. Gracias a su ternura indiscutible, hoy Jazmín es amor en todas sus formas, y gracias a su inteligencia, también supo irse a tiempo. Fue ese período en el que ella se fue que decidí dejar el alcohol, esa misma soledad me llevó a ver que, además, ya no éramos felices juntos, que es posible que nunca lo hayamos sido y que ya no era culpa de mi adicción. Pero fuera de cualquier circunstancia, ella sigue mereciendo mi gratitud y respeto eterno, como mujer y como madre incondicional, aunque puede que no sea suficiente para ella.
Ninguno sospechó que esta última huida - no era la primera vez que se iba de la casa con Jazmín en brazos-, iba a ser la última. Estaba faltando un cierre a todo esto, aunque la situación estaba bastante clara para ambos. No tanto para Jazmin.
Créanme que quise evitar esto. Nunca abogué por las separaciones cuando hay hijos de por medio, incluso estaba dispuesto a aceptar toda una vida de infelicidad, por llamarlo de alguna manera, para seguir con la farsa de la familia feliz a cambio de darle a Jazmín una crianza en un hogar consolidado, con cenas donde están todos reunidos con una sonrisa momentánea que se desvanece a la hora de apagar la luz. Si hay algo que aprendí en la casa de mi madre es que nada se resuelve a los gritos, que todo tiene que ser métricamente pensado, razonado y llevado a la lógica desde todo punto de vista, que solo así se puede llegar a la resolución real de un problema. Me era difícil imaginar una familia separada y, hasta imposible, una familia unida por los gritos, los problemas y la indiferencia. Me auto convencía en la posibilidad de seguir bajo un manto de mutuo acuerdo silencioso para centrar todas nuestras energías en el crecimiento de nuestra hija; esto no estaba fuera de mi alcance, no rompía ninguna de mis reglas pseudo morales y, sobre todo, el pacto ya parecía estar funcionando hace tiempo.
Ana había invertido tiempo en mí, pero sobre todo, confianza. Cuando el mundo me había dado la espalda, ella seguía apostando fichas al azar, esperando que un día mágicamente me levantara y dijera "no quiero tomar más, hoy no voy a comprar alcohol". Finalmente, sucedió, sólo que no de la forma que ella lo había planeado.
Fue gracias a la insistencia de Carina que recibí el primer llamado de Ana después de lo que a mi me pareció una eternidad en el purgatorio.
- Sé que querés ver a Jazmín.
- Más que a nada en este mundo.
- Pero vos sabes que no puedo confiar en vos ¿cierto?
- Ana, decime si alguna vez, sin alcohol encima, le fallé a alguien.
- Sin alcohol... ¿cómo puedo imaginarte sin alcohol? Así te conocí, así te ame. Pero no creí que ibas a hacer de la cerveza tu forma de vida.
Ana es 6 años mayor que yo, y tiene una gran capacidad para tratar con el mundo sin ir al enfrentamiento. Apareció en un momento de mi vida  en el que todo era vertiginoso y logró darle una cierta estabilidad controlada, pero de a poco se fue acostumbrando a verme con un vaso en la mano, al igual que todo el mundo. Probablemente el daño inconsciente más grande que se le puede hacer a un alcohólico es “naturalizarlo”; quienes me rodeaban, todos, sin excepción, sabían de la cantidad de alcohol que consumía, pero nadie dijo más que algún comentario aislado. Empezaron a verlo como normal, como parte de mi vida. Nadie decía "- Jorge, son las 5 de la tarde, boludo, aflojá. Cada vez que vengo te veo con un vaso en la mano". Por el contrario, todo era más del estilo:
- ¿Por qué cerveza vas?
- La tercera.
- Bueno, me preparo unos mates.
- Ahí están las cosas, prepará tranquilo.
No naturalicen el alcohol en sus vidas, porque por más delirante que parezca lo que digo -y más viniendo de un alcohólico-, el alcohol no es el estado normal en una persona.
- Hace varios meses que estoy sin tomar Ana, tuve un par de recaídas, no quiero mentirte, pero te juro que no fueron más que eso.
- Está bien, Jorge, te voy a creer una única vez más, un tiro de una única oportunidad, uno en uno, pero vas a tener que seguir mis reglas, esta vez, las que yo decida, sin ningún tipo de manipulación de tu parte. Sos muy hábil con las palabras, eso lo sabemos, pero hacete el favor de no dar vuelta esto que te digo.
- Lo que quieras Ana, lo acepto sin restricciones, sin comentarios ni críticas.
- Te voy a dejar ver a nuestra hija -sé que usó el “nuestra” a modo de seguro, para reafirmar su posición-, pero vas a tener que volver a Puiggari, seguir tomando la medicación, ir al psicólogo como te lo pidieron y vas a atenderme el teléfono el tiempo que estés con Jazmin, cada vez que te llame, sea la hora que sea.
Ella tiene un radar detector de borrachos, lo ha perfeccionado con los años: mi voz, mi forma de hablar, de responder, el tiempo entre cada respuesta, mi forma de respirar y cada palabra que elija, todo dispara internamente una alerta que le dice si he tomado, cuánto he tomado y cuántas horas llevo en eso. Es todo un sabueso antialcohol.
Acepté sus condiciones, hubiese aceptado que se quedara en mi casa todo el día si era necesario para ver a Jazmín.
- Jorge, una cosa más...
Revoleé los ojos para arriba en un "¿más todavía?" que nunca pronuncié. - Decime.
- Andá con Carina a la reunión literaria. Ya sé, no querés, te molestan las reuniones, todo esto lo sé. Andá igual.
Carina se había encargado de mantenerla bien informada sobre la situación: que hacía dos meses que tenía que ir a Puiggari, las indicaciones del psiquiatra, que había empezado a manejar la medicación para tomar la menor cantidad de pastillas... y, por supuesto,lo había usado como brutal estrategia para llevarme como mono de zoológico a su bendita reunión.
Ver a Jazmin, eso era más que suficiente para soportar cualquier mal trago que hiciera falta. - Consideralo hecho -le respondí, aunque ya estaba punteando a esa altura.
Mi juego es el ajedrez, uno contra uno, estratégico, lógico, pensando en los movimientos que va a hacer el oponente, adelantándome a cualquier jugada, dejando sólo lugar a lo que me conviene para mi siguiente movida, analizando al mínimo detalle la reacción del otro para imaginar su pensamiento al punto de convertirme en el de enfrente por un rato y meterme en su cabeza, en sus miedos, sus deseos. Pero no tengo tanta habilidad para los juegos de estrategia multijugador y acá estaban sobrando un par de rivales no contemplados. El molesto e insoportable factor sorpresa.
Y como esto no iba a ser un juego de sólo dos oponentes, así fue como en el medio de todo, apareció Ángeles Caprichos, una prodigia de la estrategia que, pese a su edad -unos 10 años más joven que yo-, y a su juego desprovisto de movimientos claros y faltos de experiencia, iba a hacer estragos en “el fabuloso mundo de Jorge”.
No era tan ilógico, la ley de Murphy me tenía preparado. No es que estuviese a la espera de que algo me desequilibrara -aunque sufro de una extenuante ciclotimia que puede hacerme cambiar de estado en minutos y eso puede hacerles pensar lo contrario-, pero difícilmente algo llega a desestabilizarme por completo. Sin embargo, eso fue lo que sucedió.
Para que conozcan el origen de todo esto: fue por la idea de Moine, mi editora, que empecé con las redes sociales. Primero fue Twitter, después creamos la cuenta en Facebook. "Jorge, es genial lo que estás haciendo y las personas lo tiene que conocer", es su frase de cabecera, aunque no la única. Cuando en Facebook la página superó los mil “me gusta” le mandé un  mensaje, al que contestó con un "Te felicito, esto es tuyo", y ahí estaba su otra frase preferida: "Yo no hice nada, sólo le apunto a la gente dónde mirar", una forma demasiado resumida y humilde de reconocer su laburo... Como sea, esto se abrió de tal forma que actualmente recibo mensajes de todo tipo, a toda hora. La gente que me lee también me cuenta sobre sus experiencias, sus ideas, me tira sus frases de aliento al más puro estilo Disney, y alguno que otro insulto o burla cuando no están de acuerdo con lo que digo, simplemente me parece interesante porque siempre fui un defensor de la libre expresión.
Y fue entre esos mensajes que apareció el de Ángeles Caprichos: "xx414x932 ¿Me desubiqué?".
No era el primer número que me pasaban por privado, pero iba a ser el único que agregaría a mis contactos. “No, para nada”, le respondí. ¿Qué podía decir al respecto? Ya hice muchas estupideces en mi vida ¿qué podía hacer una más? Por eso es que tampoco soy el más indicado para juzgar las imbecilidades ajenas.
Apenas habíamos cruzado un par de palabras y ni siquiera estaba muy convencido de que  quedarme con el numerito de teléfono fuese lo indicado. Sin embargo, estaba cansado de sentirme en un pozo vacío y frío, por lo que, aún yendo contra todas las leyes machistas que dictan que el caballero debe salvar a la princesa peleando con los más terribles dragones... el que una princesa pudiese hacer el papel de salvadora me resultó una pretensión curiosa, intrigante. Además, si funcionaba en Baywatch con mujeres corriendo semidesnudas por la playa, mostrando sus atributos femeninos mientras rescataban al boludo de turno que se ahogaba en el medio del mar, también podía funcionar conmigo. Sólo era cuestión de cambiar al boludo por mi y, al mar, por el alcohol. No era tan disparatado después de todo. Dicen que la televisión no miente...
Así que, no sólo la agregué en mi celular sino que decidí mandarle un mensaje, y ella contestó, y volví a interpelarla, a lo que ella siguió respondiendo. Así fue que mi teléfono empezó a convertirse en una extensión de mi mano, horas enteras a mensajes que se transformaron en días y, finalmente, los mensajes trajeron fotos. A pesar de lo que puedan pensar, mi interés por su imagen venía a ser algo más artístico, humano y menos libidinoso, tenía la necesidad de graficar en una figura esas palabras, de comprobar esa mirada imaginada, reconocer el gesto que hacía cuando escribía algo. Esa misma necesidad hizo que terminara escuchando su voz, porque ya no me conformaba con ver sus fotos e imaginar sus movimientos, quería además saber cual era el timbre y tono exacto que utilizaba para ciertas frases, ciertas palabras en particular.
Por semanas me encontré intentando armar ese rompecabezas, juntando todas las piezas de forma que con sus mensajes, su voz y sus fotos, pudiera recrearla con vida en mi mente... Algo que puede ser bastante perjudicial porque la idealización de las personas es complicada de enfrentar con la realidad. Pero aun asi, tenia esa extraña necesidad de saber de ella.
No creo en el azar, así que entendí que, por alguna razón, esta princesa de castillos de cartas de poker se había aparecido en mi vida por alguna razón.
Lo extraño sucedió durante la primer charla telefónica que mantuve con ella. "Te quiero, Jorge", me largó. A lo que acompañó con otro ridículo “¿Me querés?”. ¡Qué carajo! ¡Tenía que ser una joda! ¿me queres...? ¡¿QUÉ?! Me reí de nervioso, no sólo porque me incomodan las demostraciones de afecto, sino porque además, los "te quiero" llevan una obligación implícita de responder con un "yo también", y no sólo odio este tipo de compromisos sino que además, toda la situación me parecía descabellada. Pero lo terriblemente cierto era que sí, había llegado a quererla... a mi manera.
"Acordate que la próxima vez que hablemos me vas a decir que me querés" sentenció. Había algo en su seguridad a la hora de soltar las palabras, balas imparables a kilómetros de distancia sin que el viento pudiera afectar su curso, que molestaba. Me molestaba al punto contradictorio de querer escucharla de nuevo. Alocada, caprichosa, inconsciente, persistente, celosa, impaciente, lo que a simple vista parecía una combinación de defectos, era un chaleco bomba en manos de un musulmán.
Pero no pasó. Su predicción, su sentencia, su orden, falló, en cierta forma.
Mientras salíamos y Carina saltaba de emoción a mi lado porque ésta iba a ser su noche, miré mi celular, y ahí estaba el mensaje de Ángeles: "Jorge, tengo que decirte algo, anoche me acosté con mi ex"...
Una princesa salvadora muy particular o una estúpida desequilibrada con serios problemas emocionales, exploté. Por más ilógico que suene, me importaba un carajo que hubiese estado toda la noche abajo del ex, gimiéndole al oído y pidiéndole que se lo hiciera más fuerte, o profesándole amor eterno, me importaba poco si se trataba de un cierre o un nuevo comienzo con el beneficiado Don Juan Inepto, o si se había pasado toda la noche masturbándolo y pidiéndole que la tocase para seguir revolcándose en esa pasión básica, inexistente y falsa que generan las segundas oportunidades. No. Lo que no era parte de la historia que había armado en mi cabeza, lo que no estaba simplemente en mis planes era lo realmente desagradable, ese maldito “te quiero”, tan innecesario, ridículo y mal usado. Como un nene de jardín que, cuando se le ofrece un chocolate, lo acepta sin preguntar de dónde viene ni por qué se lo dan, así, simplemente, lo acepté, lo guardé y lo hice una verdad, siendo que la lógica me pedía todo lo contrario.
Quizá el más grande poder de las mujeres sobre el hombre es que logran estupidizarlo hasta bajar su coeficiente intelectual al de un mico entrenado.
- ¿Listo? Me preguntó, Carina.
- Si, vamos - le dije, con la suficiente ira contenida como para desatar un huracán que podía derribar media ciudad. Pero pasara lo que pasase, tenía que cumplir con todo al pie de la letra. No dejaba de repetirme que lo único que importaba era Jazmín.
Llegamos al lugar, con una tenue iluminación y una especie de altar con un micrófono, con varias personas sentadas en sus mesas, hablando sin pausa. Alcancé a ver a más de uno con un libro en la mano, como esperaba. Alguien hablaba cuando llegamos, no tengo idea sobre qué, no me importó tampoco, iba para cumplir con mi obligación, no esperando pasar un rato de diversión extrema.
La luz de las velas en la mesa mostraban algunas caras conocidas, una o dos amigas en la mesa de enfrente ¿qué es exactamente lo que hacían ahí?. "Jorge, vení, sentate”. Un vaso de agua con dos hielos marcaba cuál era mi espacio reservado. La vestimenta, la falta de excesivo maquillaje en las mujeres, zapatillas, jeans, algunas risas, conformaban un ambiente de informalidad, lo que hacía que la tortuosa experiencia fuera un poco más llevadera.
Me senté y traté de no emitir muchas opiniones en mi estado sobrado de ira... ¿Para qué mierda me dice “te quiero”, esta mina, y se va a acostar con el ex? ¿Puede ser alguien tan incoherente? ¿O se podía ser una princesa y, al mismo tiempo, una fría estratega de sentimientos ajenos? Miraba hacia la nada, con el celular en la mano.
- ...el autor de la blogonovela Jorge alcohol... Así que...un aplauso...
No podía ser real. Quité la vista de la ventana a través de la cual cavilaba en la oscuridad exterior para posarla en el animador de la fiesta con el micrófono en la mano.
- Me dijeron que está entre nosotros el autor de Jorge Alcohol ¿es cierto?
Fulminé a Carina con la mirada y me acerqué a su oído -¿Qué tan poco valor le das a tu vida en este momento? Esto no era parte del trato...- A lo único que atinaba mi desorientado sistema nervioso era a mover el celular debajo de la mesa... en un acto de incomodidad gratuita.
Se acercó a mi el payaso de cumpleaños: -Tomá, es todo tuyo -me dijo con una sonrisa perturbadora mientras dejaba el micrófono en mi mano...
Lo que sucedió a continuación fue la retahíla de incoherencias bañadas de sarcasmo que tanto me caracteriza, y que sonó algo así como...
- ...Primero que nada, no es “Jorge Alcohol”, es "Hola soy Jorge". Segundo, de haber sabido que venía a una reunión de lectores anónimos en rehabilitación, hubiese traído mi pipa y mi libro de cabecera, como ese que tenés vos -señalé a uno de los bohemios freudianos.- En cambio, sólo tengo un par de cigarrillos arrugados por la presión que está ejerciendo mi mano en mi bolsillo y créanme que no estoy tratando de esconder ninguna erección... aunque mi amiga Carina, aquí presente, me suele provocar una cuando pasea con sus pantuflas y su bombacha de Mickey Mouse usando el cepillo de dientes como micrófono por la casa, haciendo su barata imitación de Celine Dion, y yo, cual Di Caprio expulsado del Titanic, quiero morir congelado -(sí zorra, te estoy devolviendo el favor, le sonreí como el Diablo)-. Sin embargo, en vez de estar tirado en mi cama masturbándome mientras miro zoofilia... acá estoy, con una junta de genios intelectuales que no tienen nada mejor que hacer que escucharme a mi insultándolos...
Aplaudieron. De alguna insólita manera, todo mi odio vomitado con ironía me había convertido para ellos en un cómico de Stand Up. Agregué algunas palabras más cuidadas para evitar que volviesen a endilgarme el puesto de animador de fiestas infantiles por el resto de la noche y, finalmente, devolví el micrófono, no sin antes hacerle un gesto poco cortés y menos digno de un caballero a Carina, mientras volvía a la mesa.
Había un tipo en la mesa de al lado que se acercó atravesando el tumulto para felicitarme por el trabajo literario que estaba logrando con el blog. Me contó que estaba fascinado con la manera en que había ido creando el personaje y armando las historias, incluso aprovechó para preguntarme cómo iba a seguir la novela y expresó algunas dudas que tenía sobre un par de capítulos. Yo lo seguía atento, escuchando cada palabra, pero mi mente no dejaba de dar vueltas a esa palabra: "personaje". ¿De qué personaje estaba hablando? ¿La gente pensaba que esto era una obra de ficción? ¿Qué lo llevó a usar esa palabra? No quise romperle la ilusión en ese momento, quise dejarlo con la alegría de que de cierta forma esto era una especie de cuento que iba a tener un final y, en lo posible, de esos felices, donde todo el mundo llora y se quedan con esa sensación de alivio, y donde, después de todo lo malo, el bien siempre triunfa.
Junto a él estaba una chica, callada; asumí que eran pareja por la cercanía y por la forma en la que se paraban juntos -en unos segundos me daría cuenta de lo mucho que me había equivocado-. No emitió palabra hasta que él confesó "en realidad, empecé a leer el blog por ella" la señaló, mientras la advertida se encogía de hombros en un gesto que dejaba entrever o algo de vergüenza o un “no tenía otra cosa mejor que hacer”... no me quedó muy claro. Sin ningún aviso, se sentó al lado mío y comenzó su diálogo con una frase que usé en uno de mis capítulos:
- “Lo interesante de todo esto, es que mis problemas más grandes siempre tuvieron nombre de mujer. “
-¿Eso es lo mejor que tenés? - le retruqué.
- Sí ¿qué tan mal estuvo? - se sonrojó toda ella, pero apartar ni un minuto sus ojos de los míos.
- Pésimo, elegiste el peor autor que podrías citar para empezar una conversación
- ¡Lástima! Elegí mi preferido.
- No sólo tenés pésimo gusto para elegir con quien sentarte hablar, sino que empeorás con tu gusto literario.
- Sos tal cual como te imaginé cuando leía tu blog
- Tomo eso como un insulto, no sos una chica con suerte ¿he?
- Creo que en este momento, sí. ¿Te sirvo? - dijo mientras arrimaba la botella de cerveza, se acercaba cada vez más a mi lado y exudaba otras miles de sutiles insinuaciones.
- No tomo alcohol, soy abstemio.
Probablemente, en otro momento, me hubiese acostado con ella.
Saludé a los presentes en la mesa y me fui. Solo.
Seguía sacudiendo el celular en mi mano.
Ángeles.

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Cap. 15 - Demonios de hielo




Era bastante chico cuando decidí irme de mi casa o decidieron que tenía que irme. Como sea, fue un excelente avance en mi vida, sobre todo por el detalle de que ya no había necesidad de andar tomando a escondidas... lo que acentuó un poco mi situación con el alcohol.

Apenas llegué a mi nuevo departamento, lo vi hermoso, chico, completamente vacío, el primer paso para mi libertad espiritual... que luego convertí en libertinaje y todo se me fue al carajo, pero la idea principal era bastante “ordenada”: mudarme, seguir trabajando, estudiar y, aunque continué con todo eso, también fui abriendo otras puertas, algunas más interesantes que otras... algunas más peligrosas que interesantes.

A falta de una novia, tenía dos, lo que se complicó mucho cuando me fui a vivir solo. No tenía muchas excusas para evitar que se cruzaran en mi departamento, así que opté por la que más me convenía en ese momento. No sé si el “amor” tuvo algo que ver en esto, creo que sólo me incliné por la más permisiva y la que me molestara lo menos posible cuando yo decidiera tomar cerveza durante toda la tarde, y parte de la noche.

Por ese entonces, tenía unos cuantos años menos y podía dormir muy pocas horas así que aprovechaba para alcoholizarme la mayor cantidad de tiempo posible, y como no tenía amigos que pudieran seguirme el ritmo diario, preferí hacerme de varios grupos de conocidos, así era más fácil que siempre tuviese a alguien disponible para tomar conmigo; en ese momento, podía tomar solo y, de hecho, lo hacía, pero era mucho más satisfactorio para mí si me alcoholizaba acompañado. Así, me uní a un grupo de estudiantes, otro de músicos, otro de vecinos, y fui ampliando mi mundo lo más posible. Era un borracho social, me encantaba relacionarme con la gente. Se trataba de la mejor manera de crear la excusa para tomar todo el dia “¿che y si tomamos una cerveza?”, sólo eso, una frase inocente, sencilla, hasta que mi amigo de turno no daba más y se iba a la casa, y yo levantaba mi teléfono para buscar el próximo en la agenda, no sólo para continuar bebiendo sino para no tener que enfrentarme a esa blanca sensación de soledad que pueden dar los departamentos cuando están todas las luces prendidas y vamos de un ambiente a otro, hasta que decidimos acampar en uno, pero sigue estando vacío.

De a poco fui comprando mis primeros muebles, una cocina, una heladera... Sobreviví varios meses sin heladera: es mucho más complicado de lo que parece.

Tenía un amigo en particular, Martín, él era músico -a diferencia mía, que eventualmente intentaba serlo-, y se llevaba muy bien con mis composiciones. Noche tras noche fuimos fomentando un lazo alcohólico-musical importante. Después, con los meses, ya empezamos a formar parte de los mismos círculos de amigos, tanto él en los míos como yo en los suyos, tocábamos seguido y armábamos distintas melodías hasta que la cerveza tomaba el control y ya interpretábamos cualquier cosa que se nos viniese a la cabeza, no importaba qué... nos mantenía entretenidos y me hacía sentir feliz. Martín, sin embargo, estaba destinado a hacer algo más importante en mi vida que solamente brindarme un buen rato musical: él iba a ser la mano que acercaría a Alicia a mi vida.

Hace unos días me preguntaron qué era para mi la felicidad... si, es una pregunta trillada, de orden totalmente existencial y casi imposible de responder, sin embargo, contesté lo primero que se me vino a la mente: “Creo que la felicidad es el equilibrio entre lo que somos y lo que queremos ser”. No digo que esto sea una genialidad, pero sí que, después de pensar y volver a pensar en esta pregunta, esa ha sido mi respuesta más acertada.

Me sentía en equilibrio. Vivía solo, un poco alcohólico, un poco músico, trabajando por un sueldo razonable, estudiando poco y conociendo mujeres al punto de llevar una distinta por semana a mi cama. Por supuesto que la única novia oficial que me quedaba no había aguantado el ritmo y decidió irse con un profesor de artes marciales que, aunque rubio, alto, simpático, atento, inteligente y que sonaba a buena idea por donde se lo analizara, hasta el día de hoy, considero que fue una estupidez de su parte... conmigo hubiese tenido cerveza gratis todos los días de su vida.

Y así apareció Alicia. Tenía unos años menos que yo y deslumbraba con su inteligencia, no del tipo numérica o versada en detalles de la segunda guerra mundial, sino que poseía un gran razonamiento para actuar, para interpretar a las personas, y no lo digo sólo por mí, ella veía cosas en la gente, cosas que no todo el mundo podía captar, sabía interpretar más allá de las primeras actitudes o de las reacciones básicas, no medía las acciones por buenas o malas, era flexible, libre. Amaba la música y la pintura, y como yo en ese tiempo pasaba muchas horas pintando, las fuerzas de atracción del universo provocaron que ella empezara a pasar más horas al dia conmigo.

Una noche, no tuvimos mejor idea que tener sexo y olvidarnos de nuestra regla más importante “no tenemos que acostarnos, nunca”. ¿Y por qué esta imposición? Porque no queríamos actuar de igual manera que con otras personas, los otros podían existir o no, simplemente no importaba, pero entre nosotros estábamos intentando crear algo distinto, y qué mejor manera que no conduciéndonos como con el resto. Hay una frase conocida  que dice “la locura es continuar haciendo lo mismo, esperando resultados diferentes”. Los nuestro fue exactamente al revés, hicimos las cosas diferentes pero terminamos en idéntico desenlace, lo mismo que yo hacía con otras mujeres, lo mismo que ella hacía con otros hombres, pero supongo que, en algún punto, fue distinto. Incluso para no formalizar la estupidez, esa misma noche se volvió a dormir a su casa.

Tengo la extraña capacidad de quebrar estructuras en las mujeres; las que nunca se enamoran, conmigo lo hacen; las que no suelen odiar, me terminan odiando; las que viven en una nube de paciencia, la pierden. En aquél entonces, no era algo que supiese manejar, me salía con total naturalidad... y Alicia lo sabía, ella entendía todo a la perfección, me había analizado al detalle viéndome hablar y actuar con otras mujeres, por eso conocía de antemano lo que iba a pasar con ella y cómo iba a suceder. Lo que no sabía era cómo evitarlo.

Habíamos generado una conexión más espiritual que física. Yo seguí acostándome con mujeres y, aunque creía que ella no dormía con otros hombres, pronto descubrí que estaba equivocado: una noche fui borracho hasta su casa y me atendió el mismo descendiente de Spartacus en toalla; al sonido de “-¿Sí, flaco?”, apenas pude articular un “-Ah, sí, es que pasaba por aca y... no, nada, no te preocupes”. Claro que vi la brillante sonrisa que salió de su boca mientras yo me daba la vuelta para volver a mi departamento, solo, borracho y un poco extrañado por la situación.

Alicia no dudó en llamarme esa misma noche, ella sabía muy bien que yo, borracho y enojado, no era una buena combinación. No atendí la llamada, ya había encontrado un reemplazo: de la misma forma en que se cambia una prenda, sólo que estaba cambiando mi remera favorita por una verde fluorescente que no me sentaba para nada bien. De todos modos, ya no importaba.

Me despertó esa mañana, no le importó en lo más mínimo que otra mujer saliera de mi habitación -de hecho, prácticamente la había echado con una sonrisa en los labios, muy simpática y sarcástica-. Si había algo que ella sabía manejar como una profesional era el sarcasmo “-¿Preparo café para los tres?”, había dicho, “-¿o se te hace tarde?”, remataba mientras miraba, estoica, a la visitante... espléndida.

Quedamos los dos solos en casa, ninguno pronunció una palabra de los sucedido en esas últimas horas...
- ¿Y, Jorge? ¿Terminaste tu pintura o estás falto de inspiración?
- No, no la terminé, no creo que vaya a terminarla tampoco, no logro plasmar lo que quiero, no consigo mirar la pintura y que me diga algo.
- ¿Y qué es lo que querés decir, Jorge?
- No sé. Algo.
- ¿Algo? ¿En serio pensás que vas a lograr que la pintura “hable” cuando no sabés lo que querés que diga?
- Ali, son las 10 de la mañana...
- Está bien, sólo intento que conectes esa parte que te falta.
- Lo único que estoy tratando de conectar en este momento son mis neuronas para...
- Si, ya sé -me interrumpió, y me alcanzó una pastilla-. Lo único que estás tratando de lograr es que se te pase la resaca.
- Si, eso mismo.

Pasamos todo el dia juntos. Ninguno intentó besar al otro, tener un contacto físico aunque más no fuese una mano sobre la cara o alguna mirada intensa.

Pensamos en cenar esa noche, era una forma de reafirmar que íbamos a hacer las cosas de otra forma, de una nueva y mejorada forma, así que ella tomó su cartera y salió para su casa, quería cambiarse, maquillarse, arreglarse; yo insistí en que no hacía falta, que así estaba bien... no me escuchó.

Prendi el celular. Eran las 7 de la tarde, todavía tenía tiempo para unas cervezas. A las 11 debía dirigirme a su casa... y en eso radicaba mi única responsabilidad: no tomar, y pasar a buscarla.

Me emborraché. Nunca llegué a su domicilio, quien sabe por qué razón decidí apagar el celular y continuar bebiendo.

Fui a buscarla a la mañana siguiente, sabía que iba a tener muchas cosas para decirme, que me iba a reprochar que no la había pasado a buscar, que no tenía por qué haber hecho eso, que a ella no le molestaba que yo tomara pero que, al menos, podría haberle enviado un mensaje para avisarle y no dejarla esperando como una estúpida. Sin embargo, nada resultó como yo esperaba. Ella ya no estaba ahí, no se había quedado para recalcarme que era un completo idiota, no se encontraba ahí esa mañana, ni estuvo la siguiente, ni a la otra semana, no estuvo al siguiente mes, ni en los próximos años...

Alicia, tan fuerte, atormentada por la misma intensidad de su carácter. Muchos dicen que fue un accidente, pero yo nunca pude asegurar que lo fuera. Sé que Alicia peleaba con demonios grandes, fuertes, fríos y rígidos como el hielo...

Te veo tan cerca... ¿Cómo es que todo el alcohol del mundo no pudo eliminar esa imagen? Esa fotografía mental que podría haberse perdido con todo el resto... Pero no, ahí estabas: parada, sonriendo con ironía, mirándome fijo, hablando, preocupada “¿Jorge? ¿todo esto fue por mi? No me olvidaste después de todo ¿cierto?”.

- No, Alicia, no lo hice.


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