Sonaba “46&2” de Tool en mis auriculares, no podía dejar de prestar atención a la letra… Dice más o menos así:
Mi sombra está cambiando de piel
y estuve arrancado mis cáscaras otra vez.
Escarbando a través de mis viejos músculos
buscando una pista.
Buscando una palabra que me guíe dentro.
Quiero saber lo que estuve escondiendo.
Lo cierto es que llevo meses buscando algo, una pista que me guíe a través del laberinto que supone estar vivo, fresco y encerrado en mis propias ideas. Sobreviviendo a mis reacciones, ante las distintas situaciones en un período de reconocimiento personal, en el que me veo extraviado, perdido, pero no tan lejos de la orilla, no tanto como antes. La realidad es que todos en algún punto perdemos el camino, no porque tengamos problemas para discernir lo que está bien de lo que esta mal, sino porque, sin equivocaciones jamás podríamos saber cuál es la dirección correcta.
Introspección le dicen algunos. Yo lo llamo “el estúpido e innecesario balance de fin de año”. Innecesario porque podría vivir tranquilamente sin hacerlo, y estúpido porque jamás hago caso a mis propias conclusiones.
Y mi introspección -debo decirlo- es sumamente oportuna: son las 12:40 am, y estoy rodeado de conocidos, sentado con mi notebook, escribiendo como una catarsis necesaria a un problema que posiblemente no exista.
Por momentos se siente como si mi mente se montara a un subibaja de emociones y las sacudiera hasta hacerlas vomitar. Creo que de esta forma logro expresarlas siempre de la peor forma imaginable, no me manejo a mí mismo, no controlo mis reacciones, no ejerzo un mínimo dominio de mi humor, me convierto en una puta, la puta de algún cafisho mal intencionado e impune.
Vivo semanas en las que no puedo confiar ni en mi análisis de las situaciones. Es un hecho bastante incómodo. Siempre creí en mi absoluta capacidad de ver la vida como a un tablero de ajedrez, con ese punto de vista lejano desde el que se puede hasta predecir lo que va a pasar,, sin embargo, de a poco me fui acostumbrando a empezar el día con mi humor en la línea de subida y, por cualquier mínimo detalle, terminar con mi puño impactando en mi preciada y maltratada bolsa de boxeo. No existe el equilibrio, y si alguna vez estuvo en mí algo que semejante, escapa a mi memoria… Equilibrio, estabilidad, punto medio, GRISES: están completamente ausentes en mi vida. Lo incontenible, lo verdaderamente molesto, está en los detalles, un hecho sin ninguna importancia para cualquier otra persona, tiene el poder de transformar mi día en un fracaso, al menos, por los siguientes 15 minutos donde todo puede volver a cambiar nuevamente.
- Hola Jorge, buen día, tengo que hablar con vos y necesito hacerte una pregunta. Paso por tu casa esta tarde, ¿puede ser?
¿Hablar? ¿De qué hay que hablar? O, mejor dicho, ¿por qué hay que hablar? Mi mente empieza a revisar las últimas semanas como si se tratara de un archivo digital… *espere, buscando* *buscando*, *buscando* ¿Qué será exactamente lo que me quiere preguntar? En ese momento mi cabeza empieza a querer controlar todas las posibilidades y por sí misma se interna en una maraña de especulaciones, estadísticas, probabilidades e intrigas sin respuesta. De ese camino no hay retorno, es imposible enfocar mi atención en cualquier cuestión que se aleje de esa futura charla, y del tema en torno al cual pueda girar. Suena sumamente ilógico que un “tenemos que hablar” tenga la capacidad de condicionar mi mente y mi ánimo de forma tan determinante.
¿Ciclotimia? ¡Soy el puto amo de la ciclotimia!
Sí, la expectativa de una charla complicada, o completamente indeseada, podría desestabilizar a cualquiera. Mi problema es que cada alteración en el orden de mis días, en cada uno de mis planes provoca que mis reacciones se desaten como si de demonios descontrolados se tratara. Toda una joya de tipo ¿eh? Una caja de Pandora al por mayor y gratuita, para quien cometa el error de cruzarse apenas en la misma vereda.
Me gusta analizar a las personas, es un pasatiempo del que disfruto mucho. Observo atentamente lo que hacen, cómo lo hacen, lo que dicen y qué palabras eligen, cómo miran, qué buscan, qué quieren, qué necesitan. Todo el tiempo me pregunto ¿qué estará pensando? ¿es posible que piense lo mismo que yo? ¿también tendrá un mal dia? Hay tanto para descubrir, que cada situación se vuelve como un juego de estrategia pura, cada movimiento decide la próxima jugada, cada detalle cambia el curso de lo que va a pasar a continuación... ¿Es posible que mi ciclotimia sea parte del siguiente paso? ¿Puede una de mis reacciones desencadenar una serie de eventos que deben ser? ¿Será la enseñanza que necesito para un futuro problema? ¿O es que está solamente para joderme la vida con la mayor crueldad posible? Saber que cada decisión que tome puede cambiar el completo rumbo de mi vida es una certeza que me aterra.
¿Nunca pensaron que un accidente con un desenlace fatal podría evitarse con salir tan solo 30 segundos más tarde de casa? Tal vez, si no se hubieran despertado tan tarde para llegar al trabajo... ¿Y si pudieran analizar esas variables al punto de modificar el siguiente paso? ¿Si fueran lo suficientemente detallistas como para prestar atención sobre lo que está pasando?
Se que cada cosa que haga y diga produce un efecto sobre los que me rodean, sobre el lugar donde estoy parado y sobre lo que está por venir. No hay una sola acción que salga indemne. Cuando pienso en ese amigo que murió de sobredosis, también me pregunto dónde estaría ahora si el tipo que le dio la primera línea de coca hubiera pecado de egoísmo como para aspirarla solo. La vida puede ser tan caótica que por momentos se asemeja más a un juego de palitos chinos que a uno de ajedrez. Sin embargo, en este caos, algunos brillamos más que otros; simplemente porque estamos acostumbrados a manejarnos en el desorden.
Cuando me imagino a toda esa gente que anda por la vida sin pensar en nada, sin analizar ni siquiera las cosas importantes, siento envidia; creo que sí, envidia es la palabra más justa, anhelo esa capacidad de pensar en nada.
Es hasta imposible verme esperando que las cosas “simplemente pasen”. O subestimo la palabra improvisación, supongo... Tal vez tenga que ver con alguna necesidad de controlar todo, y de que todo esté bajo mi estricto orden de reglamentación, listo para ser desviado hacia el curso que, creo, deben tener los hechos.
Pero… ¿por qué no? Improvisar, no suena tan mal después de todo. Imaginando que por una de esas casualidades pueda apagar la condenada voz de mi cerebro por un rato. Improvisar, hacer algunas locuras, pero esta vez fresco. Sí, creo que podría resultar.
Después de horas de hacerme preguntas sin sentido que no puedo contestar, después de darle tantas vueltas como el tema podía admitir, y habiendo analizado cada ínfima alternativa de lo que podría haber hecho bien o mal para merecerme una charla, decidí mandar al carajo los motivos, los reproches y hasta a mi mismo interlocutor. Decidido a no tolerar que las charlas importantes admitan una tarde de prórroga, levanto el telefono, y llamo a mi amigo:
- Decime lo que tengas que decirme, pero ahora.
- Ah, sí, Jorge, sobre lo que te quería hablar, me estoy yendo de vacaciones ¿me podrias cuidar el hamster?
Un día entero malgastado por una rata.
Ciclotimia, teoría del caos, improvisación, y la mismísima estupidez. Señoras y señores, gracias por su atención.





