Cap. 4 - El Mesías


Por fin me encontraba en el umbral de la puerta, mirando a mi salvador frente a frente.
Me llevó sólo unos segundos darme cuenta de que la sonrisa que mostraba y ese gesto en el rostro eran una simple fachada, parte del acto necesario ante cada nuevo paciente. Y si bien fue muy fácil notarlo, no era algo que me preocupara. Yo tampoco estaba muy convencido de cuál era mi papel en todo esto.

Amablemente me invitó a sentarme. Yo dejé a un costado mi mochila junto con mis nervios. No tenía nada de qué preocuparme, ni nada que perder. Si podía descalificarlo en los próximos 5 minutos como había hecho con el primer médico con el que fui a atenderme, todo iba a ir sobre ruedas y yo iba a poder continuar tomando sin nadie que afectase mis planes de autodestrucción en cuotas.

El punto es que no me gusta recibir consejos de cualquiera así que, si alguien quiere que lo escuche, tiene que pasar por esos primeros 5 minutos donde lo voy a dejar hablar sin interrumpirlo. Luego de escucharlo atentamente, sólo le voy a hacer una pregunta y esa será su única chance de que yo siga prestando atención a lo que esté diciendo.

Pero este salvador resultó ser mucho más inteligente que el primero. Éste era detallista: se fijaba en los gestos e iba acomodando el discurso, su tono de voz, a medida que captaba las reacciones. Un tipo muy hábil. De pronto estábamos en una partida de ajedrez contra reloj... pero él no estaba jugando con un novato. Soy especialista en desbaratar discursos armados. Era como en Filadelfia, 1996, en el primer encuentro de Garry Kasparov contra la computadora Deep Blue. En este caso, yo era la computadora.

Hablamos durante un rato. Me hizo las preguntas de rutina: por qué estaba ahí, cuál -creía yo- era mi problema, cuál era mi opinión sobre por qué había llegado a este punto... Yo estudiaba fijamente cómo él levantaba su mano estratégica, casi rozando el peón con la punta de los dedos. Era una mala jugada, pero seguía hablando sin tocar la pieza, por eso de "pieza tocada, pieza movida". Estaba indeciso acerca de si esa era su envite maestro y, por mi parte, estaba seguro de que después de ese movimiento, yo iba a dar el golpe directo a la mandíbula. Un total e indiscutible jaque mate.

Rogaba que se metiera en mi campo de conocimiento, que empezara a ahondar con psicología barata sobre mi infancia y los problemas que me abrumaban. Esperaba con ansias que empezara a filosofar e intentase enredarme con una oratoria llena de palabras sin sentido que yo iba a destrozar como una hoja de papel mojada, para regodearme en su cara atónita al descubrir que había subestimado a su paciente.

Su mano seguía merodeando sobre el peón y yo ya tenía lista una sobre mi reina y otra sobre el reloj, dispuesto a terminar la partida. Me miraba a los ojos mientras hablaba, alcancé a notar en su rostro el asomo de una sonrisa burlona, miraba el tablero de reojo, hasta su pelo parecía ponerse más oscuro, y continuaba hablando, y yo seguía esperando...

No lo vi venir. Cambió el juego. No movió el peón sino el alfil y me dejó casi sin opciones ante un final que inminentemente quedaba en sus manos.

- Bueno, Jorge, acá no estamos para dar muchas vueltas sobre el tema. Te voy a dar unas pastillas para que te ayuden a pasar por esto, para que te sea más leve todo. Quiero que tomes 2 Lyricas por día y, si podes pagarlo, vas a agregarle una diaria de Revez. Pero empecemos con sólo media los primeros dos días ¿sabés?

No quiso marearme con filosofía ni jugar un ratito con mi psiquis, no le importó... Y yo me quedé sin poder mover una sola pieza.

Jaque mate.
 

Cap. 3 - Razones


Ahí estaba, a un paso de entrar a una charla de 45 minutos estrictos que suponía iban a cambiar mi vida por completo, pero ¿que me hizo llegar a este punto?
Cuatro es el número estigmático: la mayor cantidad de días que pude estar sin tomar alcohol. Muchas cosas pasaron antes que siquiera pensara en mantenerme fresco unos días, varias de éstas fueron historias de las que uno cuenta con gracia entre amigos o para romper el hielo en una charla. Contadas por separado y sin línea temporal resultan graciosas, aunque podrían perder toda la gracia si se ven desde un panorama completo.
Hace unos cuantos años salía de una fiesta, de esas que por unas monedas te dejan tomar hasta quedar quebrado en el piso y, de hecho, la mayoría lo consiguió.
Yo estaba acostumbrado a tomar en grandes cantidades, un promedio de 6 litros de cerveza diario, lo que hizo que pudiese tomar más que la media sin esfuerzo. Cargué unos vasos y me los llevé de camino a casa. Por suerte vivía a unas cuadras, por lo que pude llegar… a los tumbos, pero entero. Aunque, sinceramente, no sé si llegué gracias a mi tolerancia alcohólica o porque volví con unos amigos que probablemente se encargaron de que llegara a mi departamento que, por suerte para ellos, quedaba en el segundo piso del edificio. El 2E. 
A las 6 am, desperté en la ducha mientras el agua caía incesante en mi cabeza. Traté de despertar, no enfocaba, no entendía qué estaba haciendo ahí tirado. No sabía qué pasaba y tenía un terrible dolor de cabeza. ¿Alguien me había dejado completamente vestido bajo la ducha y se había ido? ¿Había llegado por mi cuenta y por alguna razón había decidido darme un baño de agua helada para despabilarme?
El lugar era un desastre. Inundado por completo. Muebles mojados, el colchón -que siempre estuvo tirado en el piso porque me resistía a comprar una cama-, estaba completamente empapado en agua, como si Noé hubiese pasado por ahí, olvidando el detalle de subirme al Arca. 
Por desgracia, la explicación era mucho más sencilla que aquella que contemplaba un escenario de parejas de animales subiéndose a un barco enorme guiados por un salvador de la humanidad… Simplemente había quedado tendido sobre el piso, tapando por completo la rejilla donde desagota el agua. Esa vez, el destino estuvo de mi lado. La próxima, podría morir electrocutado en un cortocircuito provocado por la humedad y los aparatos conectados a lo largo y ancho del lugar.
¿Azar? Tal vez. Pero de inundar un departamento a incendiarlo hay solo un par de vasos de diferencia. Como el día que puse unas hamburguesas sobre la plancha de la cocina y me quedé profundamente dormido sobre la mesa. Esa vez desperté con un estímulo un poco más fuerte que el agua: sirenas de bomberos, el golpe desesperado de la puerta y los gritos de los vecinos sumaron un poco más de dramatismo a la escena.
Una cosa era cierta, las cosas se estaban saliendo de control.
 

Cap. 2 - Amo de mi destino, preso del olvido


Así fue que el tratamiento siguió su rumbo y yo seguí atentando broncas contra el mundo, maldiciendo a todos los dioses en orden ascendente y descendente del alfabeto Griego, fulminando genios con la mirada por cada estupidez que tenía que escuchar como si fueran sabios consejeros de una experiencia que jamás habían vivido y de lo que claramente no tenían ni una idea aproximada.
Pero lo más importante es que, después de seis interminables días, por el momento seguía invicto.
Viernes 21, 11:26 p.m.- No crean que fue fácil; sobre todo en esta época de fiestas navideñas donde por todos lados aparecen copas llenas de todo tipo de bebidas. Y aunque ustedes lo vean como algo normal y sin importancia, esos vasos llenos hasta el borde, para el ojo entrenado de un alcohólico en recuperación, son como miles de ratones en el medio del desierto vigilados desde la altura por un águila en pleno vuelo de caza.
En estos días encontré nuevas sensaciones… dos de ellas fueron las que principalmente llamaron mi atención: la primera se reflejó en el tiempo. Es increíble la cantidad de horas que tiene una tarde cuando uno no está borracho o tomando; me sobran horas y, aunque estoy buscando fuertemente en qué ocuparlas, por recomendación de mi salvador, estoy tratando de romper la rutina, los hábitos que siempre iban acompañados de un vaso de cerveza, lo que implica prácticamente cambiar el esquema de mi ritual diario, el eje donde se movían todas las cosas.
Quiero ayudarlos a que dimensionen la importancia de este tiempo "sobrante" porque es algo realmente pasmoso: los alcohólicos vivimos en un mundo paralelo que suele alinearse por algunas horas con la realidad, se juntan en un punto… pero es muy efímero; parecen segundos donde apenas se alcanza a ver lo que pasa alrededor.
Durante años viví esta realidad que se fue agravando lentamente. Al principio, sólo me encerraba en mi mundo la última hora del día, como un descanso de la rutina diaria; pero con el correr de los años, fueron sumándose las últimas 3 horas del día… las 5 horas finales… y, en un punto, dejaron de ser las últimas horas de la noche para convertirse en las primeras horas de la tarde. Es ahí donde sin mucho esfuerzo se empieza a levantar "el muro" que separa el alcohol de la realidad. Cuando esta muralla gigante empieza a derrumbarse y comienza a entreverse el primer haz de luz, la situación cambia y aparecen las preguntas ¿Qué hace la gente normal con todo el tiempo que le sobra? ¿En que ocupan todas estas horas del día en las que yo vivía alcoholizado?
Llegar al final del día sin alcohol es una tarea difícil, es mirar el reloj constantemente esperando que sea el momento para acostarse a dormir y empezar un nuevo día con el mismo desafío. El alcohol tiene muchas particularidades y una de las más predominantes es lograr que uno pierda la completa noción del tiempo… Sentarse a tomar a las 5 de la tarde y, cuando te das cuenta, son las 2 de la mañana. Todas estas horas al otro día van a desaparecer de la mente, dejando sólo algunos indicios de lo que pasó, como huellas en la arena que se van borrando, sin dejarte saber cuál es el camino de retorno.
Empezar a llenar este tiempo, buscar en qué ocuparlo, es parte de esa reinserción al mundo real, el lugar donde tus amigos, familia, conocidos, compañeros de trabajo viven a diario. Esto, suponiendo que todavía sigan ahí. Es como despertarse una mañana y empezar a ver todo lo que pasaba alrededor. Como si cayeras en una pileta de agua helada en pleno invierno.
Fue este miércoles que estaba mirando un álbum con fotos del último año. Yo estaba en esas fotos, en muchas de ellas, pero ¿era yo realmente? ¿Por qué mi mente no registraba esos momentos? ¿Acaso un grupo aburrido de aliens malintencionados decidieron elegir un humano al azar y borrarle completamente la memoria?
Me detuve un minuto, corrí despacio el plástico que envolvía una foto y la miré durante unos minutos sin omitir palabra. Pablo, que estaba sentado al otro lado de la mesa, contemplaba la escena.
Pablito, como le decimos todos, es un gran amigo de pocas palabras pero precisas, con pelo enrulado y lentes de diseño antiguo que le dan un aire de filósofo griego; siempre lo imagino en el medio de la plaza del barrio vestido con un pallium y unas crépidas sport, rodeado de una multitud escuchando sus enseñanzas.
Él se acercó con la paz que lo caracteriza y preguntó: -¿No te acordas, cierto? -con un tono sensible de afirmación que me hizo sentir igual que un perro que baja las orejas sabiendo que algo no está bien. Con la vista nublada de contener las lágrimas le respondí-No -pero no tuve fuerzas para mirarlo a la cara. Me sentía tan avergonzado de no acordarme de ese momento, de mirarlo como si no fuese parte de mi vida.
Puso la mano en mi hombro. Sabía lo que estaba intentando hacer, alivianar la culpa, compartirla de cierta forma que pueda partirse en dos y que la carga no sea tan pesada. Yo le corrí la mano, no merecía ese acto de altruismo.
En la imagen podía ver a mi hija Jazmín con su sonrisa que todo ilumina, rebosante de alegría, con esa concentración tan particular que consigue cuando algo logra captar su atención, abriendo su primer regalo de navidad. Otra persona estuvo ahí… tiene que ser de esa forma, si no, es imposible que haya olvidado esa hermosa carita de felicidad, inocente y plena.
Me sentí abatido.
La otra sensación extraña fue lo que autodenominé "la pérdida de un estado". Nunca fui bueno inventando nombres, pero éste suena particularmente profesional. Alegría, tristeza, enojo, ansiedad, angustia, desesperación,  miedo...
Alcoholizado.
Este cóctel de pastillas que mi salvador recetó casi por inercia y que simulaba una falsa calma, me había robado un estado, una forma de "sentirme" en la que me manejaba más a gusto, seguro, atemporal, ausente, alejado. El sentimiento de que algo falta nunca es simple de asimilar. Es un hecho que a nadie le gusta que le quiten sus cosas ¿Que sentirían si de una semana para otra les robaran nada más ni menos que un pseudo estado emocional? Confusión, cuanto menos.
Sentí ganas de volver a fumar cigarrillos negros, extrañaba ese olor fuerte. Me trae buenos viejos recuerdos. Caminé hasta el quiosco y compré un atado, al fin y al cabo estoy en tratamiento por alcoholismo, nadie habló sobre dejar de fumar. Cuando llegué a casa, salí al jardín a tomar aire fresco. Mientras encendí un cigarrillo, miraba las estrellas esperando alguna clase de vibra cósmica que me curara intergalácticamente, y me ahorrase de andar por este camino que prefiero evitar. Y aunque no tuve suerte esta vez -y seguramente tiene algo que ver con que hace unos cuantos años que no voy a misa los domingos-, tengo fe en que la próxima salida al patio pueda estar la solución mágica.
Cuánta discriminación espiritual...
 

Cap. 1 – Hola, soy Jorge



Hola, me llamo Jorge, tengo 35 años, mido 1.69, peso 95 kilos y, a simple vista, soy una persona normal, tan común como todos, con problemas, días buenos y malos, tengo un trabajo, una familia, amigos… Pero hay algo fundamental que me diferencia de ustedes: yo soy alcohólico. Y, en unos minutos, uno en recuperación. 
Así fue que terminé en el Sanatorio Adventista Del Plata, un lugar imponente, de varias manzanas de estructura, reconocido internacionalmente por el tratamiento de adicciones: drogas, tabaquismo, obesidad y alcoholismo, son algunas de sus especialidades. El mejor -según dicen-, donde se trataron muchas personas importantes de Argentina en absoluta reserva. Y a juzgar por su costo de varios sueldos mensuales por tratamiento, más vale que lo sea.
El sanatorio se encuentra en una villa al costado de la ruta nacional número 31, en un pueblo de nombre "Libertador San Martín" en la provincia de Entre Ríos. Y aunque es más conocido como Puigari, Libertador es un nombre más adecuado. Dudo que sea una coincidencia.
No era la primera vez que iba a un lugar en busca de ayuda para alejar mis problemas con el alcohol, de hecho era la segunda.
La primera fue una experiencia nefasta con un juez todopoderoso sentado al otro lado del escritorio, diciéndome que tenía que entender que mis proyectos de futuro eran demasiado grandes, mis expectativas, demasiado lejanas, y aceptar el hecho de que no iba a alcanzarlas. De esta forma iba a dejar de exigirme y de castigar mis fracasos tomando excesivas cantidades de alcohol. Y aunque suene convincente en primera instancia, créanme, él estaba necesitando más ayuda que yo.
La mañana que llegué a la villa, estaba nervioso y, como buen fumador, estaba necesitando un cigarrillo para calmar un poco los nervios de conocer a la persona que me iba a tirar una soga para salir de este pozo solitario, pero sobre todo oscuro.
Mientras arribaba a destino se podían ver hermosas casas, el pasto bien cuidado en la avenida central (que no tenía más de 5 cuadras) y ningún papel tirado en el piso. Paré un segundo, bajé el vidrio oscuro de mi auto para preguntar dónde quedaba el sanatorio; una chica en bicicleta, sonriente, sabiendo por qué estaba ahí, respondió: -Allá, al final de la calle, a la derecha-. Ya están acostumbrados a recibir gente extraña en busca de la principal y única atracción del pueblo.
A primera vista parece uno de esos lugares de ensueño donde nada puede salir mal. A mi me importaba poco; después de todo, sólo quería un cigarrillo, fumarlo, cumplir con mi futuro salvador e irme.
No era una tarea fácil. Por orden de la iglesia Adventista no se vende cigarrillos de ninguna marca en ningún negocio. Es sectario y lógico, nadie publicita un pueblo a todo un país como "la cura de todos los males" vendiendo alcohol, cigarrillos… y ni hablar de drogas. Aunque restrictivo, religioso fanático y en contra de lo que piense, tiene sentido. A nadie se le ocurre que en la villa de la sanación vendan todo tipo de adicciones.
Y ahí estaba, en la sala de espera, analizando a los futuros pacientes de mi médico -un psiquiatra, en realidad-, mientras miles de justificativos me mantenían sentado ante la necesidad de salir corriendo: "lo hacés por tu hija, por tu familia”… “¿querés perder todo?"… "éstos que te miran están peor que vos"… "¿qué hago acá? yo me puedo curar solo"… "me quiero ir a la mierda"… "no, no te podes ir, para esto viajaste hasta acá"… "ya estoy acá"…
Resignación.
El médico abrió la puerta y dijo mi nombre: -Capitani, Jorge Alberto.